¿Qué nos dan cuando nacemos? Básicamente tiempo, a unos más que a otros, pero el regalo de bienvenida a este mundo es “tiempo”.
Con ese
tiempo podemos hacer cosas, desde malgastarlo dejándolo escapar sin hacer nada
gratificante hasta utilizarlo para descubrir el remedio a una enfermedad.
Pero
los seres humanos, que valoramos muy poco nuestro tiempo y mucho nuestras
pertenencias materiales, hemos creado un sistema para cambiar nuestro tiempo
por cosas. Así, resulta que hemos decidido dedicar unas 9 horas de las 24 que
tiene un día a enclaustrarnos en un edificio y trabajar, es decir, producir
algo que tenga un valor económico.
Por
tanto, el tiempo se cotiza. Curiosamente, el precio del tiempo va asociado a la
cantidad de trabajo de una manera directamente proporcional: si hay más
trabajo, el tiempo vale más y si hay poco trabajo, también el tiempo baja su
precio.
Cuando
somos jóvenes, nuestro mayor activo es el tiempo. ¡Cuántas veces le decía yo a
mi madre que estaba aburrido sin saber que hacer! Si todo va bien, tenemos
mucha vida por delante, así que vendemos nuestro tiempo barato. Los afortunados
jóvenes que consiguen un trabajo están muy felices de trabajar más horas que un
reloj por un sueldo bajo.
Sin
embargo, a medida que nos hacemos mayores, ese activo temporal se va agotando
poco a poco. Se ciernen amenazas sobre nuestra vida, enfermedades, achaques y
la inexorable vejez. Entonces, es cuando empezamos a valorar más nuestro
tiempo, a saborear cada instante, a dejar de hacer cosas que ya no nos llenan.
En ese momento, el “estoy aburrido infantil” se troca por me faltan horas en el
día para hacer todo lo que quiero y necesito para sentir que mi vida está
llena.
Empezamos
a tener una larga perspectiva vital a nuestras espaldas y ese caminar inseguro
hacia la edad adulta que caracterizaba nuestra juventud se convierte en un paso
seguro, medido, hacia una meta, un final, un propósito de vida que ya se vislumbra
con mayor claridad por su cercanía.
Así que
es el momento de vender caro nuestro tiempo, cada vez más caro. Cada segundo es
como una gota de un preciado elixir que debemos saborear plenamente conscientes
y seguros de que ese es el camino que queremos seguir, ¡porque está
anocheciendo!
Y
bueno, con estos pensamientos en la mente, me he parado a mirar el mapa y creo
que voy a coger una bifurcación porque ya son “y media”.
En
estas horas me encomiendo ya al dios Jano porque voy a atravesar otro IOI
(palo-cero-palo) y cerrar un gran círculo que se abrió hace ya casi 21 años.
Pero la persona que atravesó ese portal no es la misma que ahora se dispone a
transitar de nuevo a través de él. Así que todo el crecimiento que se ha
producido en mi interior puede ser considerado como una especie de gestación
que finalmente rompe aguas y lucha por expresarse en el mundo exterior. La
fractura con mi zona de confort supone así, casi un nuevo nacimiento. Por lo
que parece, no me conformo con una sola vida, quiero más vidas en una, ¡es
ansia viva!
Acabo
de descubrir que no es necesario morir para reencarnarse, nuestro ser puede
transitar entre distintos roles, estatus, territorios, trabajos, sociedades.
Para no
morir antes de tiempo, me refiero antes de la muerte biológica, es necesario
nacer muchas veces y así, como un niño con zapatos nuevos, comenzamos un nuevo
camino, en un marco que ni éramos capaces de imaginar con nuestra vieja mirada.
La
sabiduría popular dice aquello de “renovarse o morir” y realmente es cierto
porque el ser humano es el único ser vivo sobre la faz de la Tierra que
necesita recordarse la acción de “vivir”. Es nuestra cara y nuestra cruz, está
en nuestra naturaleza.
Pero al
mismo tiempo, cuidado, ¡tranquilos! Qué el ansia no nuble nuestra capacidad de
sentir, de pensar, de vivir. Tenemos que aprender de los perros, de los gatos,
de los árboles y de las plantas, por poner ejemplos cercanos de maestros zen, y
ser felices al ver fluir la vida delante de nosotros y nosotros con ella.
Buscando
vida y vaciando parte de la pesada mochila que con los años se va llenando
demasiado podemos caminar más ligeros, volver a sorprendernos, sentir la
curiosidad de cuando éramos niños y dar respuestas ante las situaciones de la
vida que nunca hubiéramos imaginado sin un cambio de nuestro marco referencial.
Y si pudieras volver a nacer, pero con la experiencia que tienes ahora, ¿te
gustaría o rechazarías la oferta? ¿te gustaría volver a ir al colegio, pero
sabiendo más que el profesor? ¿jugar con los amigos, pero con una fuerte
integridad personal?
Bien,
pues yo lo acepto. Quiero volver a mi colegio y rememorar aquellos pensamientos
cándidos que veían el mundo como un gran desafío. Quiero volver a pisar la
tierra que pisaba cuando era un niño, pero ahora enamorado de ella. Quiero
sentir la satisfacción que se siente después de una larga excursión y se vuelve
al refugio para descansar lleno de las imágenes, vivencias y aventuras que nos ha
brindado el largo camino. Es volver a casa sabiendo o intuyendo lo que hay ahí
fuera y preparado para tomar la revancha.
Los
corderitos dóciles siempre hemos transitado por el carril de la vida, algo que
parecía una vía de sentido único, pero ha llegado el momento de descarriarse o
descarrilarse. Dejar de ir por el previsible sendero de lo correcto y empezar a
construir nuestro propio camino al andar, como diría el poeta.
Así
que, mapa a la basura, un buen licor de ratafía para cargar pilas y a echarnos
al monte de nuevo antes de que caiga la noche.
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