Me
gusta la madurez despiadada que marchita el corazón y desgaja lentamente aquel
cuerpo despojado. Me gusta, inexorable, el segundero del reloj que siega el
tiempo como la guadaña de la Parca. Me gusta el olor dulzón de naturaleza ya
madura que da paso sin remedio al acre olor de podredumbre. Me gusta sentir ese
olor de podrido emanado por los fluidos en que tú te has convertido. Me gusta
la mistura de tu esencia que de sólida pasa a líquida y luego, pegajosa y
lentamente, exhala tu último hálito a la atmósfera silente. Me gusta ver al
gusano mordiente que poco a poco va mascando tu carne inanimada absorbiendo tu
sustancia que pronto será mosca. Me gusta la alimaña que hunde su hocico
buscando tus entrañas de sangre ya cuajada. Me gusta ver la sombra que dejas en
el suelo, la tierra empapada por tu orgánico velo. Me gusta como el verde, el
rojo y amarillo, poco a poco, pasan a gris, y a pardo y ocre, y la luz
mortecina que no puede escapar de aquel bosque cenagoso que antaño fue
frondoso. Me gusta un cementerio por todos olvidado, de lápidas ya deshechas
con nombres ya borrados, sólo por las malvas recordados. Me gusta la telaraña
antigua y polvorienta, que sin dueña atesora el botín exoesqueleto de algún
insecto desdichado. Me gusta la humedad que anega las secas estructuras
privadas de absorber el líquido elemento y que sólo sirven de alimento a la
lenta maceración que las transformará en ungüento. Me gusta alimentar al humus
con lo que algún día estuvo vivo y ahora como alimento es embebido. Me gusta la
herrumbre que hasta los más bruñidos barrotes, poco a poco, va deshaciendo
liberando las almas atrapadas. Me gusta el olvido que implacable va cubriendo
nuestra vida con su pesado velo. Me gusta la ciénaga que poco a poco va
absorbiendo el reguero otoñal, y en su interior, va cociendo los cuerpos ya sin
vida entre fétidos estertores. Me gusta la cadaverina y la putrescina, que de
aquel solomillo ya olvidado emanan y perfuman el ambiente. Me gusta aquel
anciano sólo por su olor delatado que en un piso quedó olvidado por sus seres
allegados. Me gusta la mosca persistente, con el buche lleno de larvas, que en
un rincón de la ventana alumbra su descendencia y la habitación de moscas
llena. Me gusta aquel escritor que un día alcanzó fama y sus libros son ahora
pasto de las llamas. Me gusta la escalera que sube un viejo encorvado y que
gime a cada paso sobre los mohosos escalones. Me gusta la hojarasca que se
acumula debajo del columpio olvidado y ya totalmente oxidado. Me gusta la caja
carcomida, de colores apagados que en un rincón han olvidado 2 enamorados que
no recuerdan ni su nombre. En su interior, las cartas fervorosas de papel
amarillento desdibujan los sentimientos de quienes ya no se conocen. Me gusta
ver al día fenecer y que al anochecer las sombras se apoderen de todo al
parecer. Me gusta ver como la vida se apaga al llegar la vejez y las tumbas
abiertas esperan con placer. Me gusta oír la lejana algarabía de los niños en
el parque que tragada lentamente por el sumidero del tiempo se apaga. Me gusta
ver un bosque convertido en campo de ramas despojadas de su antigua verdura que
parecen esqueletos bamboleados por el viento que corre entre la espesura. Me
gusta ver los peces boquear en la ciénaga infecta de metales anegada. Me gustan
los negros nubarrones avanzar inexorables sobre el ánimo de los hombres. En
definitiva, ¡Me gusta el otoño!
3 comentarios:
Joan,
Me gusta la madurez compasiva que se ilusiona con reverdecer corazones bastante rodados. Me gusta la madurez ilusionada que cada mañana recompone lentamente un cuerpo hecho de prótesis auditivas, oculares, dentales o de cadera. Me gusta, inexorable, el segundero del reloj que atesora el tiempo en el mundo de los vivos, desafiando a la guadaña de la Parca. Me gusta el olor dulzón de naturaleza ya madura que da paso, sin remedio, al apacible olor de humedad estancada. Me gusta sentir ese olor “à grand crû” emanado por los fluidos en que tú te has convertido. Me gusta la mistura de tu esencia que de sólida pasa a líquida y luego, fluida y rápidamente, absorbe tu primer hálito a la atmósfera convulsionada por el cambio de estación. Me gusta observar al gusano pacífico que poco a poco va explorando la carnosa pulpa de la manzana que es su refugio. Me gusta la mascota que hunde su hocico en tu regazo buscando caricias de amor renovado. Me gusta ver la sombra que se encarama por la pared desde el suelo, la tierra empapada por el gotear de tu impermeable. Me gusta cómo el verde, el rojo y amarillo, poco a poco, pasan a gris, y a pardo y ocre, y la luz mortecina que se cuela por los troncos y las ramas de aquel bosque plateado surgido de un humedal. Me gusta un cementerio por todos recordado, de lápidas limpias como patenas con nombres cuidadosamente conservados en la memoria de todos. Me gusta la argentina telaraña recién tejida, que nos muestra simetrías increíbles. Me gusta la humedad que rodea y abraza las secas estructuras ávidas de absorber el líquido elemento y que permitirá la lenta maceración que las transformará en verde y mullido musgo, o en líquenes de colores pastel. Me gusta alimentar al humus con lo que algún día estuvo vivo y ahora como alimento es embebido: es el lecho perfecto donde germinará la semilla de una nueva vida. Me gusta la herrumbre que hasta los más bruñidos barrotes, poco a poco, va tiñendo de óvalos ocre estas superficies cargadas de historia. Me gusta la memoria que se resiste a una vida condenada al olvido. Me gusta la ciénaga que poco a poco va absorbiendo el reguero otoñal, y en su interior, dibuja en su superficie ondas y corrientes de colores vítreos cuando el tímido sol se reverbera en la finísima capa de agua superior. Me gusta el olor que impregna el ambiente cuando el solomillo se cuece al calor de una brasa de madera de sarmiento, perfumando las pituitarias de los presentes. Me gusta aquel anciano sólo por su olor, delatando que en un piso ha preservado, como oro en paño, toda su vida y la de sus seres allegados. Me gusta la mosca persistente, que se refugia en un rincón de la ventana del incipiente frío exterior, anunciando la creciente distancia a un sol que es fuente de vida.
(ver continuación en el siguiente comentario)
Me gusta aquel escritor que un día alcanzó fama y cuyos libros son ahora el testimonio de una mente privilegiada para tejer relatos que leeremos cerca de las llamas crepitantes de un fuego entrañable. Me gusta la escalera que sube un viejo encorvado y que gime a cada paso sobre los mohosos escalones, me transmite el tesón que todo lo consigue. Me gusta la hojarasca que se acumula debajo del columpio; empujándome sentado en el estrecho trozo de madera suspendido por cuerdas atadas a una recia rama, derribaré el montículo de hojas con la punta de mis pies, esparciéndolas por el aire. Me gusta la caja carcomida de colores apagados que en un rincón han olvidado dos enamorados: la restauraré con delicadeza para que recupere su esplendor sin abandonar la pátina de antigüedad que le da porte y señorío. En su interior, las cartas fervorosas de papel amarillento describen los sentimientos de quienes se conocieron y se decidieron por un compromiso de convivencia larga y fructífera. Me gusta ver desaparecer el sol por el horizonte, y que el cielo se tiña de un color rojo vivísimo. Me gusta ver como la vida se reinventa al llegar a la vejez y las tumbas abiertas se ven obligadas a esperar por la milagrosa elongación de la vida media de los humanos. Me gusta oír la lejana algarabía de los niños en el parque, voces que garantizan un futuro pleno de fuerza y ganas irreprimibles de vivir. Me gusta ver un bosque convertido en campo de ramas despojadas de su antigua verdura: las hojas se levantarán en remolinos por las patadas de chiquillos entusiasmados ante la perspectiva de una tarde en el bosque. Me gusta ver los peces boquear en el estanque para desaparecer con su minúsculo mendrugo de pan como premio a su saludo. Me gustan los negros nubarrones avanzar inexorables sobre los campos de cultivo, que soltarán pronto la dosis de agua justa y necesaria para un ciclo vital que incluye, entre otras cosas, todos los ánimos de los hombres. En definitiva, ¡a mí también me gusta el otoño!
Lluís,
has escrito un texto espejo del mio y es increíble comprobar como la tesitura emocional de las personas es entera y tremendamente subjetiva. Es curioso ver en esta pareja de relatos gemelos como ante una misma realidad exterior, cada persona construye su propia realidad interior, de la cual depende a su vez la felicidad de esa persona. Por otro lado, no quiero con esto decir que mi visión del otoño sea deprimente para mi, de hecho es mi estación favorita, pero mi visión quizá sí sea deprimente para otra persona.
Como decía Ortega, "Yo soy yo y mi circunstancia" pero yo añadiría "mi circunstancia interior" porque es mi lectura personal de la realidad la que tiene un impacto en mi vida.
Gracias por haber creado esta imagen especular de mi texto demostrando de forma contundente que eres un optimista compulsivo que prefiere siempre ver el vaso medio lleno.
Un abrazo.
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