No se
preocupen los grandes poderes fácticos que gobiernan el mundo, y con esto no me
refiero a los gobiernos sino a los poderosos empresarios dueños de las grandes
corporaciones que pacen a lo largo y ancho del orbe mundial. Mientras siga
existiendo la gran masa consumidora, que no productora, la llamada clase media,
y la moral siga dictada por las leyes del Mercado, no tienen nada que temer.
Nadie se levantará del sofá, nadie empuñará un arma, nadie linchará al establishment
puesto que nadie tiene donde agarrarse. No existe ideal alguno que alineé
nuestras conciencias, el yo individual ha pasado al primer plano de interés
dejando atrás los sacrificios y los logros colectivos de la modernidad. En esto
se caracteriza la post-modernidad, que comenzó en el último tercio del siglo
pasado y que tiene algo bueno, ya que este desabrigo idealista nos vacuna
contra guerras que amenacen nuestro estado de bien estar. ¿No es cierto que en el
mundo occidental estamos disfrutando de un largo periodo de paz? Las guerras
han quedado para aquellos territorios en los que los fundamentalismos todavía
tienen algo que decir y que sobre todo se encuentran bien lejos de nuestras
casas.
Hablaré
de la post-modernidad, con un cierto reparo, pues es un término sobre el que mi
amigo Carles Puig ha estudiado todas sus aristas e implicaciones, y no me
gustaría incurrir en alguna incongruencia.
Pero
bueno, ¿no es la osadía de dictar mi propia filosofía, mi propio código moral,
una de las características diferenciales de la post-modernidad? Pues como soy
hijo de mi tiempo, quedo descargado de toda culpa.
Remodelando
ligeramente el famoso aforismo marxista, en la actualidad podemos decir que “el
consumo es el opio del pueblo”. Así que, mientras podamos seguir consumiendo,
seguiremos viviendo el sueño de los aparentemente felices. Y la verdad es que
en el terreno de las ideas no queda nada. Algunos se aferran románticamente a
ideas ya transnochadas y claramente superadas como el comunismo y otros, como
Francis Fukuyama, preconizan el fin de la historia con el triunfo del
liberalismo democrático como estadio supremo de la evolución social del ser
humano.
La
verdad es que es una época bastante depresiva, la que estamos viviendo en la
actualidad. Como dice Jodorowsky, vivimos en un mundo enfermo. A algunos, ente
los que me cuento yo, nos encantaría haber nacido en otra época más afín a
tener unos ideales por los que luchar, supongo que depende del carácter más individualista
o más gregario de la persona. Pero no me digan que no es maravilloso sentirse
parte de la tribu, sentirse parte de un grupo que además comparte un objetivo
común en la vida. Si se da ese caldo de cultivo, el ser humano queda
inmediatamente imantado con sus polos apuntando a ese norte ideológico. Todo se
hace más llevadero, las penurias e incomodidades de nuestro soporte biológico
parecen diluirse y se ponen al servicio de la causa.
En
definitiva, dejamos de mirarnos el ombligo, que es otra característica de la
post-modernidad, y “gastamos” la vida sin pena, sabiendo que nuestras horas y
minutos están bien gastados en pos de conseguir el magno objetivo que nos hemos
dado como aspiración de un gran colectivo humano en lucha. Porque dedicarnos al
hedonismo personal a través de consumir continuamente, de nuevo rasgo central
de la post-modernidad, al final cansa, y sobre todo si por casualidad se te
ocurre pararte y mirar atrás, corres el serio peligro de caer en una depresión
profunda.
Llegados
a este punto de mi reflexión, me pregunto, ¿y qué podemos hacer para que esto
no sea el fin de la historia? Está claro que necesitamos un revulsivo, algo que
nos haga recuperar la ilusión.
Algunos
populismos políticos lo están intentando con cierto éxito pero suelen echar
mano de ideas anteriores, del paradigma anterior. Dicen “MAKE SOMETHING GREAT
AGAIN” Pero realmente, no proponen nada nuevo, necesitamos algo más fuerte que
nos haga salir del sueño indolente en el que estamos viviendo. Para despertar a
una nueva etapa de la historia, debería pasar algo como una hecatombe mundial,
un peligro de extinción real, eso siempre nos despierta. O siendo menos
catastrofistas, “supongo” que otro acicate capaz de sacarnos del pozo sería el
encontrar vida extraterrestre INTELIGENTE. O quizá, colonizar otros mundos,
como Marte, con todo lo que de desafío representa un hito como ese. Yo me quedo
con este último, porque lo veo factible en un tiempo razonable, si no nos
cargamos la Tierra antes, y porque lo veo como un objetivo elevado,
constructivo, no destructivo como los otros hechos que he mencionado.
Por
tanto, sigamos aprendiendo, investigando, busquemos nuevas fronteras que nos
hagan aunar esfuerzos, aunar vidas entorno a un objetivo común y loable. Huyamos de los dogmatismos, que consisten en creer sin ver y sigamos aprendiendo, viendo. Es la obligación del ser humano, seguir estudiando, buscar
activamente la construcción de su futuro.
¡Venga!,
manos a la obra.
1 comentario:
Hola Joan,
Defines con mucho acierto algunas características de la post-modernidad. Ya sabes que en mi opinión esta etapa no constituye una nueva fase que llegue a hacer florecer nuevas visiones y narrativas sino más bien creo que se trata de la toma de conciencia por parte de la modernidad de su propia decrepitud. Supone un alto en la evolución (Fukuyama!) y la superposición a gogo de todo nuestro pasado inmediato. Todo es relativo, la sopa de ajo se inventa cada dia, todos somos genios y cualquier narrativa es válida. La parte positiva, creo, es la relativización de la modernidad. Nada es eterno y todo evoluciona. También las racionalizaciones, que no dejan de ser una narrativa. La post-modernidad es la crisis de crecimiento que lleva a la trans-modernidad aperspectivista. Me niego a creer que se haya llegado al final de la evolución!!
Gracias por tus comentarios
Un abrazo
Carles
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