domingo, 28 de julio de 2019

Vacuna antirrevolucionaria



No se preocupen los grandes poderes fácticos que gobiernan el mundo, y con esto no me refiero a los gobiernos sino a los poderosos empresarios dueños de las grandes corporaciones que pacen a lo largo y ancho del orbe mundial. Mientras siga existiendo la gran masa consumidora, que no productora, la llamada clase media, y la moral siga dictada por las leyes del Mercado, no tienen nada que temer. Nadie se levantará del sofá, nadie empuñará un arma, nadie linchará al establishment puesto que nadie tiene donde agarrarse. No existe ideal alguno que alineé nuestras conciencias, el yo individual ha pasado al primer plano de interés dejando atrás los sacrificios y los logros colectivos de la modernidad. En esto se caracteriza la post-modernidad, que comenzó en el último tercio del siglo pasado y que tiene algo bueno, ya que este desabrigo idealista nos vacuna contra guerras que amenacen nuestro estado de bien estar. ¿No es cierto que en el mundo occidental estamos disfrutando de un largo periodo de paz? Las guerras han quedado para aquellos territorios en los que los fundamentalismos todavía tienen algo que decir y que sobre todo se encuentran bien lejos de nuestras casas.
Hablaré de la post-modernidad, con un cierto reparo, pues es un término sobre el que mi amigo Carles Puig ha estudiado todas sus aristas e implicaciones, y no me gustaría incurrir en alguna incongruencia.
Pero bueno, ¿no es la osadía de dictar mi propia filosofía, mi propio código moral, una de las características diferenciales de la post-modernidad? Pues como soy hijo de mi tiempo, quedo descargado de toda culpa.
Remodelando ligeramente el famoso aforismo marxista, en la actualidad podemos decir que “el consumo es el opio del pueblo”. Así que, mientras podamos seguir consumiendo, seguiremos viviendo el sueño de los aparentemente felices. Y la verdad es que en el terreno de las ideas no queda nada. Algunos se aferran románticamente a ideas ya transnochadas y claramente superadas como el comunismo y otros, como Francis Fukuyama, preconizan el fin de la historia con el triunfo del liberalismo democrático como estadio supremo de la evolución social del ser humano.
La verdad es que es una época bastante depresiva, la que estamos viviendo en la actualidad. Como dice Jodorowsky, vivimos en un mundo enfermo. A algunos, ente los que me cuento yo, nos encantaría haber nacido en otra época más afín a tener unos ideales por los que luchar, supongo que depende del carácter más individualista o más gregario de la persona. Pero no me digan que no es maravilloso sentirse parte de la tribu, sentirse parte de un grupo que además comparte un objetivo común en la vida. Si se da ese caldo de cultivo, el ser humano queda inmediatamente imantado con sus polos apuntando a ese norte ideológico. Todo se hace más llevadero, las penurias e incomodidades de nuestro soporte biológico parecen diluirse y se ponen al servicio de la causa.
En definitiva, dejamos de mirarnos el ombligo, que es otra característica de la post-modernidad, y “gastamos” la vida sin pena, sabiendo que nuestras horas y minutos están bien gastados en pos de conseguir el magno objetivo que nos hemos dado como aspiración de un gran colectivo humano en lucha. Porque dedicarnos al hedonismo personal a través de consumir continuamente, de nuevo rasgo central de la post-modernidad, al final cansa, y sobre todo si por casualidad se te ocurre pararte y mirar atrás, corres el serio peligro de caer en una depresión profunda.
Llegados a este punto de mi reflexión, me pregunto, ¿y qué podemos hacer para que esto no sea el fin de la historia? Está claro que necesitamos un revulsivo, algo que nos haga recuperar la ilusión.
Algunos populismos políticos lo están intentando con cierto éxito pero suelen echar mano de ideas anteriores, del paradigma anterior. Dicen “MAKE SOMETHING GREAT AGAIN” Pero realmente, no proponen nada nuevo, necesitamos algo más fuerte que nos haga salir del sueño indolente en el que estamos viviendo. Para despertar a una nueva etapa de la historia, debería pasar algo como una hecatombe mundial, un peligro de extinción real, eso siempre nos despierta. O siendo menos catastrofistas, “supongo” que otro acicate capaz de sacarnos del pozo sería el encontrar vida extraterrestre INTELIGENTE. O quizá, colonizar otros mundos, como Marte, con todo lo que de desafío representa un hito como ese. Yo me quedo con este último, porque lo veo factible en un tiempo razonable, si no nos cargamos la Tierra antes, y porque lo veo como un objetivo elevado, constructivo, no destructivo como los otros hechos que he mencionado.
Por tanto, sigamos aprendiendo, investigando, busquemos nuevas fronteras que nos hagan aunar esfuerzos, aunar vidas entorno a un objetivo común y loable. Huyamos de los dogmatismos, que consisten en creer sin ver y sigamos aprendiendo, viendo. Es la obligación del ser humano, seguir estudiando, buscar activamente la construcción de su futuro.
¡Venga!, manos a la obra.

1 comentario:

carles p dijo...

Hola Joan,

Defines con mucho acierto algunas características de la post-modernidad. Ya sabes que en mi opinión esta etapa no constituye una nueva fase que llegue a hacer florecer nuevas visiones y narrativas sino más bien creo que se trata de la toma de conciencia por parte de la modernidad de su propia decrepitud. Supone un alto en la evolución (Fukuyama!) y la superposición a gogo de todo nuestro pasado inmediato. Todo es relativo, la sopa de ajo se inventa cada dia, todos somos genios y cualquier narrativa es válida. La parte positiva, creo, es la relativización de la modernidad. Nada es eterno y todo evoluciona. También las racionalizaciones, que no dejan de ser una narrativa. La post-modernidad es la crisis de crecimiento que lleva a la trans-modernidad aperspectivista. Me niego a creer que se haya llegado al final de la evolución!!
Gracias por tus comentarios
Un abrazo
Carles