En una
fecha como esta es ineludible que afloren sentimientos relacionados con el tránsito
de año que acabamos de realizar. Algo termina, algo empieza, y necesariamente
sentimos la pena, la alegría, la ilusión o el hartazgo por el año que dejamos
atrás y por el que está recién estrenado.
Es esta
disyuntiva la que me interesa, la que divide a las personas en nostálgicos del
año que acabamos de dejar o en fervientes apasionados por el año que está por
venir.
Así que
tú, ¿de qué eres, de principios o de finales?
En mi
caso lo tengo claro, ¡me encantan los finales! E inmediatamente os diré por
qué.
Cuando
se acerca el final de algo, estamos próximos a la meta, al objetivo o
simplemente al agotamiento del tiempo que estaba destinado para ese algo. De cualquier
forma, la cosa se acaba, no perdurará más allá de un punto en el tiempo del
futuro inmediato. Y en esa coyuntura está todo permitido. Ya no nos guardamos
nada en la mochila por si hiciera falta para más adelante, ya no respetamos
unas normas de funcionamiento, ya tiramos por el camino más recto y fácil
descargados de todas las trabas y remilgos autoimpuestos.
El dicho
popular lo recoge perfectamente “para lo que me queda en el convento, me cago
dentro”.
En
contraposición, qué duros son los principios. Un mar inmenso de posibilidades o
de caminos se abre ante nosotros provocando una más que comprensible angustia,
ya que, nos estamos jugando nuestro futuro. En función de las decisiones que
tomemos al principio, así será nuestro día, nuestro año, nuestra vida o la
unidad de tiempo que estemos considerando.
Por
eso, la angustia existencial de los principios es insufrible y me aplasta con la
losa de la responsabilidad del que ha sido nominado para dirigir el proyecto de
una vida.
También
lo podemos ver desde una óptica energética desde donde también se entiende muy
bien.
¿Recordáis
a los búhos y a las alondras? Las alondras son aquellas personas que se
levantan de la cama con una energía increíble después del descanso nocturno
dando lugar a mañanas muy productivas que van apagándose a medida que se acerca
la tarde y los niveles de energía decaen. Claramente les encantan los
principios, madrugan y son muy puntuales para saborear con deleite el principio
de aquellos eventos que deben comenzar. Los búhos, por el contrario, se
levantan hechos polvo, y van activándose a lo largo del día alcanzando su pico
máximo de actividad al atardecer o por la noche. Siempre llegan tarde porque lo
que realmente les interesa es el final de las cosas, el desenlace y para ellos
sobran las presentaciones, los preliminares, la declaración de las normas del
juego, es decir, lo que podríamos llamar, “principios fundacionales”.
Sin
embargo, para ambos estereotipos hay un elemento clave que puede ayudar mucho a
transitar por sus principios o por sus finales. Se trata de la ilusión.
La
ilusión es la esperanza de alcanzar o conseguir algo bueno, positivo y
atractivo. Y ese es el motor que puede mover a las alondras a darlo todo al
final, cuando el objetivo se ve al alcance de la mano y también puede hacer
saltar a los búhos de la cama con ansias de disfrutar del día que se abre ante
ellos. ¡La ilusión mueve montañas!
Así
que, mi consejo para empezar este nuevo año 2025 es que lo llenemos de
proyectos ilusionantes que nos hagan saltar, brincar y correr a todas las horas
del día y del año huyendo de la monotonía que espera con su guadaña para
decirnos que en sus manos estamos muertos.