Como
de costumbre, me fui a la cama bastante tarde arropado por ese sentimiento de
soledad mágica que envuelve la oscuridad de la noche y que tanto me gusta. La
noche todo lo perdona y sólo he de rendir cuentas a la almohada, que en mi caso
es bastante condescendiente. Luego el sueño lo limpia todo y con el alba nace
un nuevo día y una nueva vida. Por eso me agrada mucho más la noche que el día,
por eso soy un trasnochador empedernido.
Volviendo
al caso que quiero describir hoy, eran cerca de las 3 de la madrugada cuando
busqué el reconfortante calor de las sábanas de mi cama de matrimonio para
darles reposo a mis molidos huesos. Mi esposa dormía plácidamente en su lado de
la cama emitiendo unas leves sibilancias al respirar.
Me
introduje en la cama de un salto, acosado ligeramente por los monstruos,
engendros y entidades misteriosas a las que había dedicado mis horas de asueto
nocturno. Traté de dormir, de desprenderme de toda aquella carga psíquica. Nada
más cerrar los ojos advertí un leve cambio en el ritmo respiratorio de mi mujer
que se hizo más denso y pesado. No le di mayor importancia y seguí con el
decidido deseo de conciliar el sueño. Sin embargo, más inesperados cambios me
acechaban a las puertas del reino de Morfeo. El lado de la cama sobre el que
descansaba mi mujer se fue hundiendo lentamente como si un gran peso reposara
sobre él a medida que los leves sonidos respiratorios se transformaban en
sonoros ronquidos. En ese momento tuve claro que algo no iba bien, que alguna
de mis fantasías nocturnas me había acompañado hasta la cama y parecía
cosificarse a mi lado. El pulso se me desbocó y un escalofrío recorrió todo mi
cuerpo mientras un sudor frio se apoderaba de mis sienes. No me atreví a girar
la cabeza para vislumbrar si era sueño o realidad lo que allí estaba
aconteciendo.
De
repente, algo me rozó las piernas. Tenía un tacto áspero y al mismo tiempo
pegajoso y húmedo. Yo seguía paralizado incapaz de mover un músculo para
zafarme de aquella pesadilla que me arrastraba con fuerza. Comencé a rezar como
un niño asustado mientras el otro lado de la cama se agitaba cada vez con más
violencia.
Un
olor pútrido anegó mis sentidos como proveniente de una fuerte respiración que
generaba una corriente de aire por encima de mi cara. ¡¿Qué estaba pasando?!
Volví
a sentir aquel tacto espantoso que se asemejaba a piel de pescado rodeándome
las pantorrillas mientras ascendía piernas arriba. Yo me preguntaba cómo era
posible permanecer inmóvil en una situación así, tal era el miedo atroz que me
atenazaba. Entonces algo similar a un tentáculo se deslizó por debajo de mi
nuca y rodeó mi cuello con ese tacto frio, húmedo y pegajoso que parecía estar
apoderándose de mi cuerpo sin que yo pusiera remedio. La sensación de
repugnancia me provocó una arcada que quedó medio ahogada por el terror que
devastaba mi alma.
Aquel
tentáculo se deslizaba alrededor de mi cuello con una intención clara que
pronto se puso de manifiesto. Su fuerza constrictora se hizo mayor, lo que me
obligó a tensar la musculatura del cuello para poder permitir el paso del aire.
Pero su fuerza era mucho más poderosa que mi escasa resistencia y pronto caí
presa de un ahogo nauseabundo que sacudió todo mi cuerpo. ¡Me ahogo, no puedo
respirar! ¿Quién es el ser criminal que me ataca de esta manera?
De
repente, en uno de mis postreros estertores, desperté de un salto completamente
bañado en sudor. La noche me había jugado una mala pasada, acababa de tener un
mal viaje. Sentí una profunda sensación de traición y abandono mientras mis
sentidos volvían a la realidad. De nuevo volví a oír el respirar lento y
regular de mi mujer a mi lado. Me resultó muy difícil controlar el estado
azorado que agitaba mi alma pero al final, con una falsa sonrisa en la cara,
volví a recostarme en la cama sintiendo una desagradable sensación agridulce.
Tenía miedo de volver a dormirme por si caía de nuevo en la misma horripilante
pesadilla. El miedo me impedía pegar ojo.
De
repente, un ronquido profundo y gutural se apoderó de la oscuridad de la
habitación, el corazón me dio un vuelco y quedé paralizado de nuevo. ¡No me
atreví a girar la cabeza!...
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