Se presentó precedido de tres fuertes golpes que
sacudieron la puerta del modesto apartamento.
¾Abre, soy John y sé
que estás ahí. ¡Son las doce del medio día, por Dios!
¾¡Oh, qué dolor de
cabeza! No puedo ni levantarme y tengo el gaznate más seco que el esparto.
El desahuciado durmiente se levantó como pudo y
se arrastró pesadamente hasta la puerta. Al abrirla comprobó que su valedor
John P. Kennedy, de punto en blanco a pesar del asfixiante calor de aquel
agosto en Baltimore, se encontraba tras ella clavándole la mirada y
preguntándose si no se habría equivocado al apostar por un hombre que podía
llegar a tal estado de degradación.
Agachó la cabeza y busco a tientas la jarra
metálica con la que subía el agua de la fuente.
¾¡Maldita sea! ¾exclamó
mientras lanzaba la jarra vacía contra la pared¾ Y
además hace un calor infernal, ¡maldito verano!
Se acercó tambaleándose hasta la mesa que había
en el centro de la estancia, llena de hojas de periódico, vasos y botellas
medio vacías y se remojó la garganta con el escaso contenido de una botella de
vino que se encontraba tumbada.
¾Tienes que dejar de beber
de esta forma tan salvaje o te arrepentirás más pronto que tarde ¾dijo
el indeseado invitado.
Una aguda punzada le aguijoneaba la cabeza de
parte a parte cuando de repente un destello de realidad le hizo caer en la
cuenta de sus deberes laborales para con el periódico. Mañana lunes debía
entregar su columna de crítica literaria que ya había pospuesto en un par de
ocasiones.
¾No puede ser que
vivas así por muy bueno que seas en lo tuyo, ¾dijo
John¾ deberías mantener
un mínimo respeto hacia ti mismo y abandonar esta vida autodrestuctiva que
llevas, ¡por Dios!
¾Déjame, sabes que al
final siempre cumplo mi palabra y entrego algo bueno. Además no me va a costar
demasiado escribir sobre ese Hawthorne para el Southern, sólo necesito
despejarme un poco.
Se arrojó sobre la mesa y con el brazo hizo un
barrido de limpieza tirándolo todo al suelo. Tomó asiento y apoyó los codos en
la mesa sujetándose la cabeza entre las manos.
¾Déjame una hora y
tendré la crítica terminada. Los del periódico se pondrán muy contentos porque
siempre que les envío algo venden el triple de ejemplares ¾dijo
con desdén.
John dio un puntapié a la jarra de agua que yacía
en el suelo e hizo ademán de sentarse en la cama pero torció el gesto con una
mueca de asco y desistió de su intento.
¾Tu tía María me ha
dicho que pretendes casarte con tu prima Virginia ¾dijo
John abriendo la conversación hacia otros derroteros.
¾No sabía que te importase
tanto mi vida privada pero sí, así es. Nos queremos y nos vamos a casar.
¾Pero si sólo tiene
13 años, ¡por Dios! ¾exclamó
John.
¾El amor no sabe de
edades y además ella ya es mujer. Nos casaremos el mes que viene y voy a salir
de este cuchitril para vivir en una casa en Nueva York.
¾Bueno, si eso hace
que abandones tu licenciosa vida bañada en alcohol, buena cosa será pero sabes
que no me parece nada bien. Hay muchas mujeres de tu edad que estarían
encantadas de ser la pareja de un reputado escritor, siempre y cuando, seas escasamente
capaz de mantener una mínima dignidad humana y dejar de ser una amenaza para ti
mismo.
¾Sabes de sobra que
aborrezco la aburrida y aposentada clase burguesa que me rodea allá donde voy,
no me interesan en absoluto esas señoritingas que viven de las apariencias y de
querer demostrar una educación que no tienen.
¾¡Tu vanidad es más
grande que todo Baltimore, hijo! Y por culpa de ese orgullo tuyo vas a cometer
un acto del que seguro te arrepentirás. ¡Así de preocupada estaba tu tía, no es
para menos!
¾¡Bueno, ya está
bien! ¿Puedes acercarme pluma y papel? Están ahí, en el escritorio.
John se acercó altanero y sin perder su
compostura dominante hacia el rincón donde se encontraba el escritorio. Debajo
de una maraña de cuartillas y pliegos de papel rebuscó en busca de alguna hoja
medianamente limpia en la que escribir cuando sus dedos tropezaron con un
pequeño montón de papeles atados con un cordel.
¾¡Hum! El gato negro.
Espero que sea tan bueno como los otros cinco relatos que me has entregado.
¾Descuida, lo será.
2 comentarios:
Joan,
En este breve relato, detecto un buen dominio de los verbos y/o de los adverbios. Me gusta la expresión “le aguijoneaba la cabeza”, o “se acercó altanero”, entre otras. Todo ayuda a crear una atmósfera que calificaría de cinematográfica, no cuesta nada que se reproduzca en la mente del lector lo que va leyendo en el mismo instante, cual auténtico guión al uso. Pero creo que, humildemente, se podría aumentar el número de adjetivos: si en lugar de escribir “Se arrojó sobre la mesa y con el brazo hizo un barrido de limpieza” hubieras escrito “Se arrojó sobre la caótica mesa y con el titubeante brazo hizo un expeditivo barrido de limpieza”, pues, no sé, creo que el texto gana en potencia descriptiva.
Me despido esperando tu próximo ejercicio literario. Si se trata de pasar un buen rato, ¡a fe que lo consigues, amigo!
Un abrazo,
Lluís
Muchas gracias Lluís por seguir leyéndome y alimentando el dialogo que siempre enriquece mis textos. Tus apuntes siempre me parecen acertados, así que siempre aprendo algo más teniendo en cuenta que vienen de parte de un lector compulsivo como tú.
Un abrazo.
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