domingo, 17 de julio de 2016

El décimo de lotería

Aquel año, Juan había depositado una especial ilusión en la lotería de Navidad. Cuatro meses antes del sorteo acudió a la administración de lotería “El gato negro” para comprar su décimo. No sabía explicarlo, pero tenía un presentimiento extraño y pensaba que a lo mejor este era el año de la suerte que tan esquiva se había manifestado siempre.
¾Dame un décimo para Navidad ¾le espetó chispeante al lotero.
¾¿Te gusta la muerte? Aquí tengo precisamente el último décimo de la tira
¾Sí, sí, todos los números están en el bombo y nunca se sabe cuál será el agraciado. Me pongo en tus manos pero que me toque algo por favor ¾bromeó Juan con el lotero.
46.300, ese era el número de Juan que rápidamente estuvo entre los brazos del San Pancracio de la cocina con su ramita de perejil como remate del conjuro para ser millonario.
¾¡Ay! el décimo, el décimo. Este año estoy obsesionado con la lotería y eso que durante todo el año apenas juego ¾Juan se dio cuenta de su enorme deseo de ser agraciado aquel año¾ Bueno ya veremos qué pasa, yo ya he hecho mi parte.
A medida que pasaron los días, el décimo se impregnaba de los aromas de la cocina e iba cogiendo cierta pátina aceitosa en manos de su valedor, el santo del trabajo y el dinero. Juan ya casi ni se acordaba de su fijación en la lotería hasta que llegó el día del sorteo.
Los niños de San Idelfonso tan pulcros y comedidos como siempre repitiendo su consabida cantinela de forma casi interminable. Poco a poco fueron saliendo los premios a lo largo de la mañana de aquel 22 de diciembre.
Juan no olvidó coger su pequeña radio de bolsillo por la mañana al salir de casa e iba siguiendo embelesado el sorteo. Con la radio pegada al oído y pensando en su décimo bajó en la parada del Metro de España donde podría hacer un trasbordo hacia el cercanías que le llevaría a casa de un cliente. Caminaba entre el bullicioso rio de gente que normalmente abarrota los pasillos del Metro cuando de repente y sin previo aviso, el Gordo.
¾El Gordo, el Gordo, ¿pero qué número ha sido el agraciado? ¾apretó la oreja contra el minialtavoz de la radio¾ ¡Ostras pero si es el mío! Yo llevo ese número.
Una oleada de flojera recorrió todo su cuerpo de arriba abajo, ¿sería posible que le hubiera tocado la lotería? De repente, sintió un irrefrenable impulso por tener su décimo entre las manos, controlado. Sitió como si todo su yo estuviera perdido en la calle a expensas del primer embaucador que pasara por allí. La situación era muy incómoda, como si hubiera miles de kilómetros entre uno mismo y su cosa más querida, que en ese preciso instante no era otra que el décimo de lotería. Así que voló de vuelta a casa a reunirse con su amado décimo y ponerlo a buen recaudo dejando el cercanías y el cliente para otra ocasión. ¡Qué caray! Si ya no necesitaba clientes.
Llegó a casa apresurado, sudando, en busca del décimo que aparecía en su mente de forma fija en brazos del San Pancracio de la cocina. Al entrar en el edificio, el portero de la finca se apresuró a decirle que había salido ya el gordo y que le parecía que había tocado en Barcelona. Juan tuvo que morderse la lengua mientras las llaves de casa se le caían al suelo. Entró apresuradamente en casa y allí estaba el décimo. Se abalanzó sobre él mientras intentaba apaciguar las cifras del número que bailaban delante de él. Le asaltaron las dudas. Puso la televisión sin salir de su azoramiento para corroborar el número premiado y rápidamente recibió el jarro de agua fría, los nervios le habían traicionado, el número del Gordo de la lotería de ese año había correspondido al 56.300.
¾Está claro que la suerte no es para mí, ¡maldita sea mi estampa! ¾decía mientras leía los titulares que corrían por la parte baja de la pantalla. “Acaba de estrellarse el cercanías que circulaba entre Plaza de España y Martorell, los servicios de emergencias informan sobre la existencia de víctimas mortales entre el pasaje.”
Juan quedó petrificado, ¾ese era el tren que yo me disponía a coger y que por suerte o por desgracia no he cogido. ¡Bendito décimo! quizá este año sí me ha tocado la lotería…

2 comentarios:

Lluís P. dijo...

Joan,
Me ha encantado tu micro-relato, de verdad. Contiene todos los ingredientes que me gusta paladear en la lectura: un entrante tranquilo, pero que promete emoción (la suerte al jugar a la lotería); un primer plato con intriga creciente (el protagonista cree que le ha tocado el Gordo); un segundo plato potente, de los que te dejan saciado (la casi certeza de que le ha tocado, con los nervios de la prisa por verificarlo, que se transmiten enseguida al lector), y un postre con sorpresa, la guinda a todo el menú (descubre que no ha sido agraciado, pero se ha salvado de un accidente de tren). Sinceramente, muy inspirado en la confección de este argumento.
Sin embargo, lástima del número que has escogido para ejemplificar tu historieta. A mi modo de ver, 46.300 es un número muy fácil de recordar, me cuesta creer que se confundiera con el premiado. Quizás el 36786 sería más fácil de confundir con el 36768, o con el 36796, por poner un par de ejemplos. Me parece que se nos da mejor recordar las primeras cifras que las siguientes, exceptuando la final, que también tiende a fijarse en nuestra memoria. ¿Compartes tú esta opinión? Que conste que este detalle para nada desmerece tu relato.
No puedo despedirme sin solicitarte más ejemplos de tus excelentes pinitos literarios.
Un abrazo,

Lluís

Juan Francisco Caturla Javaloyes dijo...

Lluís, me encanta que te haya gustado este pequeño relato. Cuando lo escribí, no quedé especialmente satisfecho por considerarlo un poco corriente o previsible, por eso me alegro especialmente de que te guste.
Respecto al número elegido tienes toda la razón, no ha sido una buena elección para hacer más creíble una posible confusión de cifras. Lo que si tenía claro es que quería que terminara en cero por aquello de que en el argot lotero representa "la muerte" de la que se libra el protagonista.
Intentaré seguir en la brecha y no defraudar tus expectativas.
¡Un abrazo grande!

Joan