miércoles, 25 de marzo de 2015

Un hipocondriaco en el hospital


¿Qué es un hospital para un hipocondríaco? Pues esencialmente es un gran catálogo de enfermedades y amenazantes dolencias a disposición del auto asustado sujeto.
Y es que, en un hospital siempre hay alguien peor que tú, mostrándote en carne viva la senda de un posible empeoramiento.
Lo primero que sientes en un hospital es que ya no eres una persona sino un paciente que lo mejor que puede hacer es callar y sufrir. Se te administran toda clase de tratamientos y sólo de vez en cuando (desde el punto de vista de un hipocondríaco) alguna enfermera caritativa te pregunta cómo estás. En esta tesitura, o debería decir trance, el cerebro hipocondríaco empieza a cocer a fuego lento las peores amenazas hasta que se  hace audible un silbido como el de las ollas a presión o las teteras que se calientan al fuego. Este refrito empieza a brotar en forma de espumarajos por la boca, en un ahogado balbuceo de improperios e hipótesis médicas a medio tejer. La verborrea sanitario-apocalíptica suele cesar cuando aparece el médico por la habitación, momento en que el hipocondríaco se debate entre preguntar al médico todas sus dudas o esconder la cabeza bajo el ala, por aquello de que es mejor no saber. El bálsamo ocasionado por la presencia del médico suele durar poco, especialmente si hay algún cambio en las constantes vitales.
Por mucho que intentes hacerte el descuidado cuando te toman la tensión, o miran la fiebre, antes o después aparece la máxima del hipocondríaco, según la cual “TODO PARÁMETRO MEDIBLE ES SUSCEPTIBLE DE IR A PEOR”. Esto me pasó con la fiebre que acabé tomándome compulsivamente cada hora y con la tensión, que se me metió en la cabeza que era demasiado baja. Recuerdo un día que me tomaron el nivel de glucosa en sangre y dijeron “82, bien”. Menos mal que no volvieron a tomármelo porque una vez con el punto de corte en mis manos cualquier desviación sustancial hacia arriba o hacia abajo hubiera sido considerada como el signo inequívoco del acercamiento de la Parca.
Un hipocondríaco debería tener pautado el ocultamiento eficaz de sus signos y constantes vitales para evitar caer en los vórtices numéricos de la preocupación. Diríamos en este caso, que el efecto placebo, o mentira piadosa tiene un potentísimo efecto terapéutico que los médicos no deberían desdeñar. Cuando mi médico se sentía acosado por mis preguntas, yo llegué a espetarle, “una palabra tuya bastará para sanarme”. ¡El verbo hecho medicina!
Haciendo un poco de auto crítica, creo que el hipocondríaco considera su cuerpo como algo que le puede joder la vida de un momento a otro, la clásica desconexión cuerpo-mente. De pequeño, yo lo era mucho pero creo que mi hipocondría se va curando con el paso de los años, claro síntoma de aceptación integral.

1 comentario:

Lluís P. dijo...

Joan,
La mentira piadosa o el efecto placebo son dos ejemplos de la influencia de un poderoso elemento primordial para la supervivencia humana: la ignorancia. No sabemos cómo va a reaccionar nuestro organismo ante algo tan perturbador como una operación quirúrgica, y este desasosiego es, paradójicamente, lo que nos salva de la desesperación total. Porque si el cerebro del paciente procesa un uno por ciento de esperanza, se aferrará a él con más fuerza que el noventa y nueve restante de fatal destino. El hipocondríaco reacciona como el resto de enfermos, pero a una escala aumentada. Como todo humano, el hipocondríaco no sabe qué curso tomará su dolencia, pero sufre más porque es más consciente de su ignorancia (el enfermo no-hipocondríaco es un inconsciente de su ignorancia, no sabe que no sabe).
Con la edad, la frecuencia de achaques de salud, normalmente más elevada, redunda en convencernos que estamos de paso en este mundo. El hipocondríaco, frente al que no lo es, asumirá antes esta tesitura y, según mi parecer, reaccionará de forma más serena. En este sentido, el hipocondríaco es alguien que se convertirá en un ser humano más maduro, con más control de sus actos en el invierno de la vida. A mi modo de ver, llegará a ser un ejemplo de comportamiento acertado ante las adversidades y, como tal, un espejo en el que todos deberíamos reflejarnos.
Y dejo que los lectores opinen sobre este comentario, quizás demasiado próximo a una “boutade”.

Saludos,
Lluís