domingo, 10 de marzo de 2013

Insalutia (I)


   Un fluorescente parpadeaba incómodamente a unos diez metros de la pareja de técnicos de la Corporación General de Xenobióticos que avanzaba por el largo y níveo pasillo adyacente a la sala de germinación. Carlos siempre había puesto en duda la viabilidad, y hasta la moralidad, del regio sistema morbodominante que gobernaba la vida de las personas desde hacía más de un siglo. Esta actitud le había dispensado más de un disgusto pero no le había impedido ascender puestos en el escalafón socio-sanitario hasta alcanzar el puesto de sanador regional 010.
   Carlos y el orondo Samuel Pickwick caminaban embutidos en su traje de neopreno aluminizado blanco que les protegía de infecciones oportunistas, sin duda mortales para su débil sistema inmune.
   ¾Hemos logrado erradicar el sufrimiento casi en su totalidad. Ahora tenemos un control total sobre el cuerpo humano, ¿qué hay de malo en eso? ¾dijo Samuel.
   ¾Sí, pero se trata de un bienestar artificial, nada es auténtico. Además, la hipocondría a uniformizado a la sociedad y eliminando la creatividad individual que al fin y al cabo es un acto de valentía. No sé, siento que ahora somos como robots sin alma, vacíos por dentro.
   ¾Sabes que el liberalismo del siglo XXI no nos condujo a nada bueno. Es mejor, ¡no!, imprescindible, que la sociedad funcione como una gran máquina perfectamente engrasada y a salvo de excentricidades individuales.
   ¾No creo que a esto le podamos llamar vida. Tenemos una sociedad de enfermos crónicos que sólo son capaces de sonreír bajo los efectos de los antidepresivos ¾argumentó contrariado Carlos.
   ¾No digas eso, son personas cuyos cuerpos viven y respiran en perfecta armonía con los fármacos que les suministramos desde la Corporación General. El problema no es un problema si tiene solución y ya sabes que nuestro sumo sanador está empeñado en romper el primer axioma de la Ley de Supervivencia Universal, aquel que dice que toda vida inteligente tiende a su autodestrucción. Por cierto, deberías pedirle a tu sanador que te aumente la dosis de IMAO, últimamente tienes pensamientos muy raros.
   La atribulada pareja fue llegando al final del aséptico pasillo mientras lanzaban alguna que otra mirada indolente a través de los vidrios que separaban el corredor de la sección de asmáticos no natos que se extendía a su derecha.
   ¾¡Por fin acaba otra pesada y tediosa jornada laboral! No sé ni cuantos óvulos he fecundado hoy pero no te preocupes por mi, en cuanto llegue a casa me meteré un chute de glucosa refinada, que ya sabes lo bien que me va para levantar el ánimo ¾concluyó Carlos a modo de despedida mientras se introducía en su cabina de esterilización individual.
   Una vez en la calle, Carlos se dirigió hacia la estación de transporte metropolitano de aire estéril. ¡Qué mala suerte!, había olvidado su tarjeta de transporte en el laboratorio, así que, decidió pagarse un tren sucio, que es como llamaban a los transportes convencionales, y usar la máscara de papel que siempre llevaba consigo. Al subir al vagón pudo comprobar que no había tenido demasiada suerte con el acompañamiento. Al fondo del vagón moraba un viejo desaliñado que no paraba de toser y expulsar esputos en un pañuelo que no daba para más. Un poco más cerca de él, había sentado un trabajador de la construcción que no parecía muy preocupado por el aire que respiraba y que, de hecho, emitía un fuerte hedor a sudor.
   Fueron necesarios tan solo dos minutos para que Carlos empezara a preocuparse. Su síndrome de inmunodeficiencia genética no le permitía exponerse de esa manera a posibles agentes infecciosos por lo que no esperó al final del trayecto. Un paseo por las calles a la luz del ocaso seguro que le sentaría mejor, a pesar de que el barrio por el que se encontraba transitando en ese momento no era especialmente saludable.
   Nada más alcanzar el nivel de la calle, se fijó en un grupo de camellos que se encontraba dirimiendo la forma más rentable de distribuir los analgésicos que habían conseguido robar de uno de los almacenes de la Corporación General. Principalmente, paracetamol y ácido acetil salicílico que ahora se tomaban prácticamente a diario por una gran parte de la población en dosis cercanas a su nivel tóxico. Desde que la ley constitucional prohibiera la síntesis de cualquier producto químico fuera de los cauces públicos autorizados, había mucho contrabando de xenobióticos, especialmente en los barrios de alto poder adquisitivo.
   Carlos continuó con ligero desazón su accidentada vuelta a casa por aquellas calles grises, llenas de edificios inteligentes construidos durante la revolución robótica de la segunda mitad del siglo XXI. Las fachadas ennegrecidas y decadentes todavía mostraban los signos de la última gran guerra, que fue el origen del orden social imperante en la actualidad, la morbocrácia. Por otro lado, si había una especie que empezaba a postularse como ganadora en la lucha por la supervivencia en este planeta eran las ratas, ni siquiera huían por la cercanía del ser humano, parecían darnos permiso para pasar por sus territorios. En los barrios habitados por la población menos enferma habían tenido que excavar un muro de contención que se hundía más de 15 metros en el subsuelo para evitar que  estas bestias entraran en contacto con las personas.
   A cuatro manzanas de su casa, se encontró con la cola del suministro semanal de fármacos para los desempleados, inválidos y gente de la tercera edad. Ya casi no recordaba que una de las máximas del gobierno era que ningún enfermo se quedara sin sus medicinas. Lo que le sorprendió un poco es que la cola fuera tan larga, ya que era necesaria receta y eso no era fácil de conseguir para este tipo de gente improductiva que sólo contaba con un sanador por cada 300 pacientes. Escondidos en el anonimato de la cola había algún que otro miembro de la raza “U”, que se escapaban de los laboratorios de la Corporación pero que resultaban fáciles de descubrir para un sanador 010. Esta raza de humanos inferiores solía arrastrar un síndrome de adicción polifarmácologica durante toda su corta vida debido a que era una etnia creada y diseñada para servir como animales de laboratorio en el descubrimiento de nuevos fármacos.
   El paisaje urbano comenzaba a cambiar tímidamente intercalando, cada vez con mayor frecuencia, edificios más modernos y bien conservados. Sin embargo, súbitamente sintió un hedor que le abofeteó los cinco sentidos. Al superar la esquina, Carlos pudo descubrir la fuente emisora de tan terrible olor. Tumbado en el suelo con la cabeza ladeada contra las planchas metálicas que conformaban la fachada del edificio y el cuello llevado a su máximo punto de tensión, se encontró con un anciano de cabellos gris ceniza, más bien escasos y vestido con harapos. Los ojos abiertos como platos mientras de la boca le colgaba un hilito de saliva amarillenta y en la mano semicerrada tenía un frasco vacío de torazina. Al parecer, había ingerido todo el bote de pastillas excepto algunas que cayeron al suelo después de resbalar por las comisuras de su boca. Los casos de sobredosis eran frecuentes en la sociedad actual, producto de la desesperación ocasionada por las respectivas enfermedades. Carlos estaba obligado a informar a la unidad móvil de esterilización urbana para que retiraran el cadáver y limpiaran un poco todo aquello, y así lo hizo.
   Por fin llegó a la entrada principal de su edificio autosostenible que para un empleado 010 de la sanidad pública no estaba nada mal. Introdujo su tarjeta inteligente y pronunció su nombre “Carlos Chagas”. Las puertas del ascensor que le conduciría directamente a su piso se abrieron y Carlos subió sólo, como siempre, este sistema no permitía confraternizar con los vecinos del mismo bloque.
   Al entrar en casa, Carlos percibió un fuerte olor a café mezclado con desinfectante. Su esposa Gerty acababa de hacerse un enema de café con fines purificativos. Esta técnica natural servía para eliminar una gran cantidad de toxinas y por eso ella lo solía hacer una vez por semana.
   Alguna que otra vez, habían hablado de que les gustaría tener un hijo, o más bien solicitar la fecundación artificial y germinación de un hijo portador de sus genes. Sin embargo, el hecho de saber que el código genético que daría lugar a su hijo iba a ser alterado para introducir el gen subyugante por el cual la morbocrácia dominaría completamente al individuo les hacía desistir de la idea a la espera de un insospechado cambioA Carlos le apenaba el tipo de vida que llevaban, cargada de miedos y prevenciones, y estaba empezando a sentir cierta desesperación. Se derrumbó en el sofá mientras encendía el canal de noticias. El preocupado locutor relataba la captura de algunos miembros del grupo marginal de humanos que todavía podían llamarse mamíferos. Estos grupos vivían escondidos en los bosques, donde encontraban casi todo lo necesario para alimentarse y se reproducían mediante el tradicional embarazo y parto natural. A pesar de su condición marginal, Carlos sintió mucha envidia y así se lo comentó a Gerty, que en ese momento también se dejaba caer en el sofá.
   ¾Podríamos contactar con ellos e intentar tener un hijo natural y libre ¾dijo Carlos.
   ¾Sí, sería un sueño pero eso es casi imposible. En algún momento habremos de aceptar el sistema morbodominante.
   Carlos prefirió no seguir con la conversación que se le antojaba improductiva pero la semilla de la subversión había quedado prendida en su interior.

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