Después de una noche psicológicamente tormentosa, Ude se levantó rarito. Una extraña sensación de desorientación, como de haber perdido el hilo, se apoderaba de su indolente despertar mientras se afeitaba hipnotizado ante el espejo.
El grito de su mujer, recordándole lo tarde que era, le sacó del estado hipnótico en el que se encontraba, como atrapado todavía por el peso de las mantas. Casualmente, en ese preciso instante pasaba la cuchilla de su maquinilla por la prominencia de la nuez y el sobresalto provocó un movimiento brusco y poco calculado que terminó en un profundo corte.
¾¡Qué mala suerte!, con la prisa que tengo y la hemorragia que no se estanca.
Ude ya veía peligrar la blancura del cuello de su camisa y todo eran viajes al rollo de papel del water y torpes manotazos. Finalmente, bajó como pudo y sin tiempo de desayunar cogió su maletín y salió disparado dándole un beso a su mujer en el cogote.
De camino a la oficina, tuvo ocasión de comprobar otra vez la frenética actividad que se desarrollaba últimamente en el tanatorio.
¾¡Cabrones, no habéis parado de echar leña al fuego en toda la noche, eh!,¾ pensó arrogante mientras se acercaba con su coche al tanatorio municipal. En verdad, enseguida le empezó a extrañar el fulgor de algo que reflejaba el sol de la mañana. Conforme fue acercándose, comprobó que realmente era como si hubiera un espejo debajo del contenedor de basura de la puerta trasera del tanatorio. Cuando estaba tan solo a unos metros, redujo la velocidad y pudo constatar con claridad que se trataba de un fluido espeso y muy oscuro el que hacía las veces de improvisado espejo.
Con creciente desazón, superó su ángulo de visión sobre los cubos de basura comprobando que en la parte trasera había una pequeña jauría de gatos disputándose lo que parecía una mano. Detuvo el coche para fijarse con atención pero cuando uno de los gatos enfrascados en el festín giró la cabeza y clavó su mirada en él, no pudo más que continuar con mayor inquietud, si cabe, al no haber podido comprobar cual era el objeto de tal devoción felina. Ude entró en el autopista queriendo echar tierra de por medio, haciendo como si no hubiera visto nada y deseando que al volver por la noche no hubiera más visiones de ese tipo esperándole en el camino.
El día en la oficina fue anodino, tiznado todo él de aquella pátina de desencanto, de indolencia vital. Al llegar la tarde, fue comprobando como la gente iba marchándose feliz a sus casas, lo cual encajaba perfectamente en el plan de vida que el sistema nos tiene preparado a todos. La gente suele esbozar una cansada sonrisa a la salida del trabajo pero, sin embargo, a Ude todavía le quedaban bastantes cosas por hacer y quizá, la posible visión de una merienda gatuna no le seducía demasiado a la hora de salir.
Al cabo de diez minutos de introspección, en los que no había oído ni un ruido, se dio cuenta de que probablemente estaba solo en la oficina. Ude tenía un buen despacho con un gran ventanal a su espalda por el que la luz iba extinguiéndose a eso de las seis de la tarde. Casi sin darse cuenta, cayó víctima del cansancio acumulado y sentado como estaba, sus párpados se cerraron por un momento.
Algo a su espalda empezó a llamarle poderosamente la atención pero él se resistía a girarse. De repente, empezó a oír el agudo chirriar de un objeto punzante que rascaba el vidrio y que, en base a la entonación que acompañaba al sonido, se le antojaba que iba describiendo círculos. Ude intuía que lo que le esperaba a su espalda no iba a ser nada agradable, presentía la malignidad de la situación. Sin embargo, no pudo resistir la curiosidad y se dio la vuelta sobre si mismo con la vaga esperanza de que aquel sonido fuera sólo producto del viento. Cuando todavía no había concluido el giro, el rabillo de su retina empezó a vislumbrar una extraña forma que nada tenía que ver con el viento. Sin embargo, continuó girando hasta estar frente a frente con aquello. La muy aparente reacción de espanto que sufrió fue de tal calibre que hasta le hizo sentir vergüenza delante de aquella criatura inmunda y babeante que le miraba fijamente con ojos reptilianos. Se le erizó hasta el último pelo de su cuerpo y sus cinco litros de sangre parecieron aglutinarse formando un bolo que rebotó entre las cuatro paredes de su cuerpo.
Lo que tenía delante de sus narices nada tenía que ver con las visiones vaporosas de vampiros visitantes que tan metidas tenemos en el subconsciente. Más bien parecía el paria de los vampiros, sucio, descarnado, enseñando las encías abiertas de las cuales brotaba un líquido amarillento como el pus; la apariencia tremenda de lo que la tierra misericordiosa debería mantener eternamente oculto. Las uñas sucias y afiladas seguían rascando el vidrio mientras su cabeza realizaba movimientos espasmódicos que no parecían posibles para un cuello humano. Pero su mirada era lo peor, era una mezcla de la afilada y resabiada mirada vampírica, y la mirada vegetal perdida propia de los cuerpos sin alma. Torcía la boca en una mueca socarrona mientras su mejilla abierta dejaba entrever algunos molares ennegrecidos por la putrefacción que estaban acostumbrados a masticar. Los andrajos que portaba acogían nidos de gusanos que retozaban entre sus vísceras rezumantes y en algunas partes de su cuerpo la piel se transparentaba dejando ver todo un manual de anatomía, con sus vasos sanguíneos, sus huesos fracturados y sus órganos, que parecían pedir comida mediante lentos movimientos espasmódicos. Todo el conjunto estaba sujeto a una suerte de peristaltismo que parecía absorber toda la vida a su alrededor. De los miembros inferiores, nada se sabía, pues la criatura se sostenía colgada en el vacío de un décimo piso mostrando unos pellejos colgantes poco más abajo de las ingles.
El chasquido que anunciaba la aparición de una grieta en el cristal le sacó de su ensueño, devolviéndole a una realidad que, en principio, le pareció cómica. Se había dormido en el trabajo, sólo unos minutos que le parecieron una eternidad. Miró a su alrededor, se vio solo y de nuevo la oleada de pavor le invadió. Ya había tenido bastante por aquel día, así que recogió apresuradamente los documentos que empapelaban la mesa y se levantó como un resorte, siempre sin mirar atrás.
Cuando se encaminaba hacia la puerta de su despacho, Ude consiguió sobreponerse, riéndose de si mismo y de lo tonto que era, pero justo al girar el pomo de la puerta para salir, comenzó a escuchar tras de sí el mismo chirrido metálico circular que le había enervado unos minutos antes. Decidido a no mirar hacia atrás, cerró la puerta tras de si. Al entrar apresuradamente en el ascensor para bajar al parking, tropezó con Avlas, un empleado de mantenimiento que precisamente se dirigía al despacho de Ude para reparar el termostato del aire acondicionado. La caja de herramientas cayó al suelo mientras Avlas pronunciaba maldiciones.
¾Me voy de regreso a casa…pasando por el tanatorio,¾ pensó Ude.
D Q W
2 comentarios:
Joan,
A las “encías abiertas”, “uñas sucias y afiladas”, “molares ennegrecidos por la putrefacción”, “vísceras rezumantes”, “movimientos espasmódicos” y “pellejos colgantes”, sólo les falta unas cicatrices purulentas o unas pústulas reventadas, entre otros elementos nauseabundos y vomitivos, para completar un abanico del más puro terror “gore”. Bien por tu descriptiva que pretende convertir el estómago del lector en un órgano inútil al no permitir el acceso del más ridículo bolo alimenticio.
Sin embargo, a pesar del festival del asco que surge del insoportable sonido chirriante sobre el vidrio (el sonido se adelanta a la vista en crear el ambiente de suspense, otro acierto de tu narración), me quedo con una frase genial que, paradójicamente, no contiene ni un átomo de suciedad pavorosa: “la apariencia tremenda de lo que la tierra misericordiosa debería mantener eternamente oculto.” La increíble fuerza evocadora de esta frase radica en que da alas a la imaginación del lector para visualizar algo tan sumamente espantoso que no puede describirse con palabras. A mí me ha puesto más en vilo esta línia que el resto del relato, puesto que te intuye algo indefinible pero indudablemente terrorífico. Si se toman cada una de las palabras de esta frase por separado, uno llega a la conclusión de que no hay para tanto, pero a la que se leen una detrás de la otra, en el orden tan sabiamente tejido por tu pluma, el efecto es contundente, noqueándote definitvamente cualquier esperanza de sobreponerse al miedo cerval. Objetivo alcanzado, ¡felicidades!
A pesar de su inquietud, Ude despierta de su pesadilla. Yo me quedo contemplando a tu vampiro, a ver si acabo de verle al completo ya que me es imposible de conciliar el sueño por un ruido agudo que acaba de llegar a mi oído y que no me atrevo a averiguar de dónde procede.
Saludos,
Lluís
Gracias de nuevo LLuís por dejarte arrastrar por mis historias para no dormir. Tienes toda la razón en señalar que a veces es mejor apelar a nuestro propio terror interno que intentar imponer un escenario teóricamente pavoroso pero soñado por otra persona.
Para mi lo difícil de estos relatos gore es encontrar ese punto medio que permite crear una atmósfera repulsiva pero sin pasarse, es decir, que no se perciba el relato como una lista gratuita de burradas asquerosas. Bueno, ha sido una pequeña incursión en este subgénero pero me queda mucho que aprender de los grandes maestros.
JF
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