Esta es la típica representación del rostro de
Cuando observamos una calavera, que antaño estuvo dotada para alojar nuestros cinco sentidos, se siente una muy extraña sensación al imaginar que ve sin mirar, oye sin escuchar, huele sin oler, paladea sin saborear y siente sin sentir. Aterroriza su vacuidad, su interior inerte. La carencia total y absoluta del menor resquicio de conciencia humana, entendiendo como tal, el estado cognitivo construido por el cerebro que un día habitó ese cráneo y que le otorgaba la capacidad de decidir y hacerse responsable de sus actos. Aún así, inconscientemente, le atribuimos una especie de cerebro reptiliano, es como si pensáramos que
Parece que sonríe, ¿verdad? Pero si no tiene músculos faciales, no existen en ella partes móviles capaces de expresar el menor atisbo emocional, exceptuando la mandíbula, claro, que puede imitar el movimiento de unas castañuelas, pero esto sólo transmite una inofensiva hilaridad. ¿De qué se ríe entonces?, ¿se ríe de nosotros mismos, sabedora de su triunfo absoluto?
Qué hay en el fondo de sus oscuras cuencas oculares. Qué anida allí que nos produce tanto miedo. ¿La oscuridad? Tan mayores y todavía tenemos miedo a la oscuridad. O estas oquedades son una ventana hacia… nuestro oscuro abismo interior. Ese fondo de la caverna del que salimos y que todavía guarda el secreto de nuestra existencia en el planeta Tierra. No queremos asomarnos, ¿verdad? No vaya a ser que no nos gusten esas revelaciones.
Y dónde fue a parar aquella prominente nariz aguileña. Aquel promontorio que era el punto más elevado de la geografía facial, resultó ser postizo, de broma. Resulta que
Y no digamos la guerra que nos dieron las orejas, que si grandes, de soplillo, pareces Dumbo, tapón de cera… para luego descubrir que se las llevó el Tiempo.
No parece una gran conversadora, más bien parece parca en palabras, ya está todo dicho. No te esfuerces Hamlet en tu intento de tirarle de la lengua, su respuesta como consejera siempre es el silencio sepulcral. Tanta retórica y dialéctica para acabar así. Es para sentirse decepcionado, ¿no? Como vive en el momento de la verdad, no necesita hablar, sólo seguir el dictamen de la verdad del mundo. Su mente sólo es capaz de albergar absolutos, no entiende eso de “pero y si…”, se acabaron las disculpas de la carne.
Asimismo, es fácil intuir la silueta del resto de su cuerpo, la carne se quedó por el camino entre aquellos días felices de comilonas familiares y el reino del recuerdo siniestro en el que se encuentra ahora. A veces se tapa con una túnica negra y roída. ¿Es que tiene frío o es para dotarse de mayor entidad visual? Claro porque los huesos hacen poco bulto y a nadie le gusta ir desnudo, hasta
Es curiosa también la tremenda agenda que gestiona. Tiene un montón de citas que hasta casi le falta tiempo. Es una incansable trabajadora siempre tan puntual, obsesionada con el relojito de arena, y parece que trabaja por cuenta ajena. Debe llevarse el honorífico título del “empleado del mes” casi siempre porque cuanto más trabajo hay, más feliz es. Lo suyo es vocacional.
Además en casa no para, parece que le gusta tener el jardín bien segado y siempre aparece con una solicita guadaña, dispuesta a segar y cosechar. Una clara apuesta por las herramientas de toda la vida, nada de aparatejos eléctricos que puedan fallar.
En fin, parece que hemos adoptado nuestra parte más dura y resistente como la personificación del paroxismo de la carne. La carne pagada de si misma, se refocila retorciéndose en forma de bellas facciones, nos engaña y define nuestra forma de ser, nuestro estilo de vida, nuestros ancestros familiares. Al llegar