sábado, 24 de agosto de 2024

SUMISIÓN

20 de Junio

Por fin he terminado mis exámenes de tercer curso del grado de Ingeniería Química, ¡qué ganas! Ha valido la pena el esfuerzo porque gracias a ese esfuerzo he podido sacarme el curso y ahora tengo todo el verano para tumbarme a la bartola, ir a la playa y salir con chicas.

Todavía tengo el cuerpo acostumbrado a madrugar y a las 8 de la mañana ya ando como un zombi por casa sin saber qué hacer.

El calor empieza a enseñar sus abrasadoras garras y voy todo el día sin camiseta empapado en sudor. Con la edad, odio cada vez más el verano por la incomodidad corporal que supone estar todo el día sudando y sin poder descansar bien en las tórridas noches.

Me dirigía a la cocina, a por otro vaso de agua, cuando una leve brisa fresca cruzó el pasillo proveniente de una ventana que hay en la fachada trasera del edificio. Esta ventana da a un gran patio central conformado por otros 3 edificios que forman un cuadrado interior donde la gente tiende la ropa y espía furtivamente al vecino de enfrente.

Yo vivía en un sexto piso y hacía ya algún tiempo que había reparado en que la habitación de María, la hija de Pedro y Rosario, daba a este patio central a la altura de un tercer piso.

Mi cuerpo se encaminó instintivamente hacia esa fuente de frescor matutino y, al llegar al alfeizar de la ventana, me balanceé apoyado en mi cintura, sacando el cuerpo hacia el exterior para respirar una bocanada de aire fresco con ese olor tan característico lleno de oxígeno en comparación con el ambiente cargado del interior. El cielo azul intenso estaba tapizado con algunos cúmulos muy blancos que le daban una especial luminosidad al día.

Y fue entonces, cuando al bajar la mirada hacia el patio delimitado por las fachadas traseras de los 4 edificios, la vi. La ventana de su habitación estaba abierta de par en par y ella estaba de espaldas abrochándose el sujetador por detrás. Recibí inmediatamente un latigazo hormonal que me erizó hasta los pelos del cogote y mi vista quedó imantada, fija en aquella joven silueta. Se despertó en mí el instinto animal y la lascivia tomó el control de mis actos poniéndome en estado de alerta para ver sin ser visto, para poder robar la mayor porción de intimidad que me fuera posible. Después de desaparecer unos instantes, María se acercó de nuevo a la ventana abierta mientras luchaba con una camiseta de manga corta con el fin de introducir la cabeza y los brazos por las aberturas de la misma. Y a continuación cerró las 2 hojas de la ventana con resolución.

El reflejo del sol en los cristales de las ventanas del edificio de enfrente cegó por completo mi visión y dejó mi libido alteradísima, sedienta como un toxicómano en busca de su siguiente dosis.

23 de Junio

Desde que la vi detrás de aquella ventana, no he podido dejar de pensar en ella y mis noches se han convertido en una pujanza juvenil que es como una catarata retenida por una gran presa al máximo de su capacidad.

Cada mañana me asomo furtivamente a la ventana con el propósito de inmiscuirme en su vida cotidiana privada. Por el momento, lo único que he conseguido es verla pasar rápidamente en ropa interior por delante de su ventana abierta de par en par. Demasiado poco para mi hambrienta libido juvenil. En algún momento hasta he fantaseado con hacer las cosas bien y buscar un encuentro casual con ella para probar suerte y ver si quisiera salir conmigo.

A mediodía, he salido a comprar pan y como si el destino quisiera martillear mi libido, me he encontrado con María en la panadería vestida con una camiseta y unos shorts que resaltaban graciosamente la silueta de su cuerpo juvenil. Me ha dirigido una sonrisa y un comentario intranscendente sobre el calor que estaba haciendo ya… y yo me he bloqueado, me he quedado como un pasmarote balbuceando una respuesta ininteligible.

He entrado en casa como un león rabioso subiéndome por las paredes y maldiciendo mi poco arrojo con las mujeres. El anhelo de verla, de tocarla, de hablar con ella iba creciendo en mí de forma casi patológica.

Esta noche es la noche de San Juan. Entre el calor, los petardos y mis viajes cada vez más frecuentes a la ventana del fondo del pasillo va a ser imposible dormir. Este anhelo sexual irresoluto se está convirtiendo en una obsesión. Es increíble darme cuenta como he caído en las garras de María, sin que ella tuviera siquiera que pronunciar palabra. Está claro que los chicos de mi edad somos presa fácil de la juventud y lozanía de las chicas adolescentes.

En la noche de San Juan, casi nadie puede dormir hasta que no cesan los petardos. Si cierras las ventanas para amortiguar el estruendo, te asas de calor y si abres, el petardeo incesante te va crispando los nervios haciendo imposible conciliar mínimamente el sueño.

En un momento determinado de la noche, al ir al lavabo para regarme el pecho con agua fría, sentí la necesidad perentoria de acercarme una vez más a la ventana del fondo para espiar a María. Lo hice sin mucha convicción pero al asomarme me resultó extraño ver las hojas de su ventana abiertas de par en par y la luz de su habitación apagada. Yo deseaba que San Juan hiciera realidad mis deseos y aquella chica apareciera en su ventana en todo su esplendor, y de repente, pude distinguir su silueta velada por la oscuridad de su habitación e iluminada fugazmente por los fogonazos de los fuegos artificiales. Mis manos se aferraron ferozmente al marco de mi ventana, casi conteniendo el impulso de saltar hacia mi vecina musa. Agudicé la vista para poder distinguirla mejor y de repente el fogonazo de un cohete iluminó toda la facha interior del edificio y vi el contorno de sus pechos recortándose sobre la oscuridad de su habitación. Un torrente abrumador de deseo sexual anegó todo mi cuerpo. Deseé tocarla, olerla, tenerla cerca de mí para sentir la calidez de su joven cuerpo. Un, dos, tres y otro petardo iluminó el cielo pero sin alcanzar la suficiente altura como para iluminar el tercer piso de la fachada interior. ¡Mi deseo era insufrible! Por favor, lanzad más cohetes, todo un castillo de fuegos artificiales si queréis, pero por favor iluminad a esa niña que contempla distraída los fuegos de la noche de San Juan.

Y de repente ¡boom!, una gran palmera tiñó de luz anaranjada todo el edificio que tenía ante mi vista justo cuando daban las 12 de la noche. Mi ávido deseo sexual confirmó fuera de sí que María únicamente portaba unas braguitas en aquella tórrida noche de San Juan y quise morir de deseo, de instinto animal irrefrenable, de comunión con ese cuerpo joven.

Enloquecido como estaba, levanté la vista hacia el cuadrado de cielo recortado por el patio central de aquellos 4 edificios buscando un poco de respiro a mi fijación enfermiza en el cuerpo de María y entonces la vi. Una mujer mayor, con los cabellos grises y revueltos me observaba fijamente desde el séptimo piso, la mirada penetrante, sin pestañear y con la clara intención de reprobar mi comportamiento.

Yo en un primer momento intenté escabullirme, bajar la persiana y salir corriendo como un ladrón sorprendido en mitad de la noche. Titubeé, volví a mirar hacia el séptimo para cerciorarme de que no era una especie de alucinación e incluso saludar a la anciana mujer pero en cuanto crucé la mirada con la de la vieja sentí una punzada en mi interior y la sensación de quedar encadenado, de haber perdido mi libre albedrío, mi voluntad justo cuando el reloj marcaba las 00:01.

24 de Junio

Después de una noche toledana en la que no había podido pegar ojo y con un terrible dolor de cabeza digno de una de mis épicas resacas, me levanté tambaleándome hacía el cuarto de baño. En un primer momento, no recordaba nada del episodio intimidante de la noche anterior pero justo al echarme agua en la cara y dirigir la mirada hacia en espejo de encima del lavabo, me invadió una sensación de desasosiego, como de estar en peligro, que me hizo regresar súbitamente a mi desdichada realidad.

Rápidamente me puse a darme decenas de argumentos con la intención de rebatir el sinsentido de la situación pero sin demasiado éxito. De hecho, nunca más volvería a sentir paz interior.

Mientras desayunaba, me propuse pasar a la acción y dejar de darle tantas vueltas a la cabeza. Me di una ducha que me pareció una especie de nuevo bautismo y con el ánimo ligeramente serenado me dirigí a la calle a por una barra de pan.

El recelo no me abandonaba pero la cara de la vieja que me había aguijoneado el alma, la del séptimo piso, se iba desdibujando poco a poco diluida por la cotidianidad del entorno.

Ya en la panadería, la panadera me recibió con su habitual buen humor.

 ─¿Qué pasa Juan?¿cómo se nota que esta noche no hemos dormido?

─Sí, la verdad es que con los petardos, ha sido como siempre un coñazo poder dormir ─me excusé yo de mala gana.

─Bueno, pues ya sabes que eso se arregla con una buena siesta. Toma, tu barrita de pan. Venga descansa.

Mientras hablaba con la panadera, había escuchado la puerta y sabía que había algún cliente detrás de mí. Al girarme en dirección a la salida, me la topé frontalmente a un metro escaso de mí. Era la vieja del séptimo, sus ojos negros y tremendamente penetrantes, la cara enjuta con los pómulos y la barbilla bastante pronunciados, toda de negro con una ropa que parecía más bien de otra época.

Todo mi cuerpo quedó sin fuerza, como un títere tambaleante, y el corazón se me desbocó como un caballo salvaje dentro del pecho. Todos los poros de mi cuerpo rezumaron un sudor frio enervados por el escalofrío que me recorrió de arriba abajo. Y no pude más que bajar la mirada y salir casi a tientas con el sentimiento de que algo se había quebrado dentro de mí mientras oía a mis espaldas la voz áspera de la vieja que me decía algo como “te vas a enterar”.

30 de junio

Yo no podía entender que me estaba sucediendo. Siempre había sido un chaval echado para adelante, incluso un poco brabucón, que no tenía problema para relacionarme con las chichas manteniendo siempre ese talante de macho.

Y ahora, me sentía poca cosa, débil de espíritu, sin ganas de salir de casa y con un tremendo sentimiento de amenaza y dominación.

A pesar de ello, mi lívido juvenil seguía fabricando hormonas, y después de cenar tuve de nuevo la tentación de asomarme a la ventana del patío interior en busca de nuevas y tórridas imágenes de mi joven vecina María.

Primero miré de soslayo, como de reojo, por si acaso era descubierto de nuevo en mis lascivas intenciones. La ventana de su habitación, en el tercer piso, estaba abierta de par en par y la luz encendida. Mis ojos se posaron inmediatamente en ese cuadrado iluminado en la fachada de enfrente, como si yo fuera una polilla, a la espera de que su cuerpo desnudo rellenase aquel cuadro de luz que conformaba la ventana. Podía pasar de un momento a otro, ¡mi excitación iba en aumento! Venga, venga, venga, ¡por favor! repetía en mi cabeza al mismo tiempo que vigilaba los alrededores como un ladrón en plena faena. De hecho, yo era un ladrón, un ladrón de posados.

Y de repente, ¡eh voilà!, María apareció semidesnuda mirando hacia el exterior mientras, con los brazos levantados, se hacía un moño. No lo podía creer, ¡me había tocado la lotería! con esa imagen iba a tener energía sexual para unos cuantos días.

Dejé a un lado todas mis prevenciones y miedos y me lancé como un halcón a atrapar con la mirada esa preciosa silueta juvenil que brillaba en la oscuridad del patio de vecinos. Casi podía comérmela con la mirada pero cuando más concentrado estaba recorriendo las curvas de su cuerpo en un viaje sensual arrollador, parpadeé un momento, y lo que vi al volver a posar mis ojos en ese imán de placer visual me dejó petrificado. De nuev0, la mirada penetrante y amenazadora de aquella vieja bruja me estaba juzgando y condenando por obseso sexual.

Miré hacia el séptimo piso y allí no había nadie, la vieja me estaba abriendo en canal desde la habitación de María. Parecía que el precioso y delicado cuerpo de María se había trasmutado en el de la vieja canosa y mal encarada que me atormentaba ya desde hacía algunos días. Caí desplomado, quedando con la espalda apoyada contra la pared de debajo de la ventana, sudoroso, tembloroso, desorbitado. Aunque me cueste reconocerlo, salí reptando por el pasillo hacia mi habitación incapaz de ponerme de pie y al alcance del ángulo de visión de aquel ser malévolo y dominante.

4 de julio

Me encontraba en cama, con fiebre, casi sin comer y bañado en sudor desde el desdichado episodio de finales de junio.

No entendía que sucedía, por qué me encontraba tan inapetente, sin voluntad de hacer nada, como castigado por una voluntad superior. Quizá me lo merecía por mi conducta deshonesta que intentó violar la intimidad de la habitación de una adolescente.

Los amigos me tocaban el timbre hasta casi echar la puerta abajo y me gritaban desde la calle que bajara para ir a la playa o para salir de fiesta. Yo no tenía fuerzas ni para contestar y me sentía sometido por una voluntad mucho más fuerte que la mía que me mantenía encerrado en mi habitación a pesar de mis ansias de disfrutar las esperadas vacaciones de verano.

10 de julio

Poco a poco fui recuperándome lo suficiente como para vestirme y salir a la calle. No había comido prácticamente nada en una semana y se me notaba. Me atreví a hacer una mini compra en el super con la indisimulada esperanza de no cruzarme con nadie conocido.

Notaba que la gente me miraba por la calle o quizá eran imaginaciones mías. Compré 4 cosas y volví tanteando las fachadas de los edificios hacia casa. Me encontraba en el zaguán de la escalera vaciando el buzón repleto de correspondencia atrasada cuando se abrió la puerta de la entrada. ¡Era María!

El corazón me dio un vuelco tal que pensaba que iba a salírseme por la boca e inmediatamente bajé la mirada sumiso y avergonzado. Ella iba cargada con varias bolsas del super y llamó mi atención.

─¿Qué pasa Juan?¿es qué no vas a ayudar a una chica cargada a subir la compra a casa? Es que no puedo más con este calor, vengo muertecita. ─María llevaba un pantalón tejano de esos tan cortos que la entrepierna parece que va a ceder de un momento a otro y la parte superior de un bikini. Lucía un bronceado uniforme que mostraba claramente las largas horas que su cuerpo había pasado sobre la arena de la playa.

─Sí claro, ─dije titubeante, y le ayudé a meter todas las bolsas de la compra en el ascensor.

¡Qué largo se me hizo el trayecto hasta llegar al 3º! Por fin tenía delante el objeto, o mejor dicho, el sujeto de mis más profundos deseos y ni siquiera era capaz de mirarle a la cara.

─¿Qué, cómo te va el veranito? ─preguntó ella risueña y chispeante.

Yo con la mirada pegada al suelo y mirándola de reojo y deleitándome una vez más con ese cuerpo tan bien formado, tan perfecto, tan joven.

─Bueno pues va regular. No sé qué he pillado que me ha tenido más de una semana en cama. Ahora parece que estoy mejor pero me noto raro.

¡Cómo puede ser! María está aquí hablándome y yo parezco un soberano idiota.

─Pues mira, tú lo que necesitas es salir. En dos semanas es mi cumpleaños, cumplo 18, ya ves, ¡qué ya soy mayor de edad! Venga que te invito a mi fiesta, vamos a hacer una pequeña celebración aquí en el patio central con los amigos y amigas de la comunidad, y tú estás en esa categoría, ja, ja.

Un sentimiento de gozo y alegría me iluminó el rostro y por fin fui capaz de levantar la mirada para mirarla a la cara, a su preciosa cara de chica de 18. A fin de cuentas, yo tenía 22 así que por qué no podía saltar la chispa del amor entre nosotros.

Tan sólo fui capaz de dirigirle una leve sonrisa porque inmediatamente sentí como si una mano enorme me cogiera del cogote y me hiciera bajar la cabeza hacia el suelo, muy abajo, muy abajo hasta casi ponerme a ras del suelo.

─Lo siento María, ya veremos cómo me encuentro. Si estoy mejor, intentaré ir a tu fiesta. ¡Felicidades por anticipado! ─¡qué idiota soy! ¡cómo puedo despreciar una oportunidad así!

8 de julio

 Hoy me he levantado con la sensación de haber estado toda la noche andando por ahí. Ha sido como una terrible pesadilla en la que me arrastraba caminando de rodillas y con los brazos en cruz por el centro de la calzada. Y ciertamente, tengo los brazos doloridos. ¡Ha sido una pesadilla tan vívida!

Al ir al baño, me doy cuenta de que tengo las rodillas llenas de heridas y moratones, ¡pero será posible! ¿qué me ha pasado esta noche?

En días posteriores, he seguido teniendo terribles pesadillas que parecían hacerse realidad al levantarme por las mañanas.

Un día me levanté completamente desnudo y con la lengua negra, llena de suciedad. Otro, tenía quemaduras de cigarrillo por todo el cuerpo. Y otro día, tenía las nalgas enrojecidas como si me hubieran dado una buena tanda de azotes.

Todo sucedía por las noches, entre malos sueños en los que siempre aparecía la vieja del séptimo.

16 de julio

Me he decidido a tapar con cartón la ventana que da al patio interior de la finca. Presiento que es por ahí por donde vienen todos mis problemas desde que aquel maldito día vi a María desnuda en su ventana.

Me siento desanimado y sin fuerzas. Es como si me hubieran extraído toda mi voluntad y ahora fuera un simple pelele que va por ahí como pájaro sin cabeza.

Eso es, siento que me han arrebatado mi libertad y vivo en un estado febril a expensas de una voluntad superior, la bruja del séptimo.

20 de julio

Hoy estoy decidido a averiguar que me sucede por las noches. Me he encerrado en mi habitación con un pestillo y un candado que he instalado en la puerta para tal efecto. Antes de ir a dormir, he cerrado la puerta con llave y he guardado la llave en el cajón de la mesilla.

Ni siquiera me he desvestido, y recostado en la cama me ha ido venciendo el sueño. Una terrible pesadilla esperaba sigilosa el momento de asaltar mi mente y mi espíritu. En ella, yo era conducido a casa de la vecina vieja del séptimo piso por una especie de fuerza invisible que me sujetaba por los brazos. Allí, la perversa mujer de rostro justiciero me esperaba con un hierro incandescente en la mano. Fui obligado a arrodillarme y agachar la cabeza ante la tirana majestad que ejercía la déspota mujer, y en esa humillante posición fui marcado como ganado en la zona lumbar. Sentí una terrible punzada de dolor que recorrió todo mi cuerpo y me devolvió abruptamente a la vigilia.

Me desperté sudoroso y con un terrible dolor de riñones. Casi sin darme cuenta, cogí la llave del candado que estaba en la mesilla y liberé la puerta para poder ir al baño. El dolor aguijoneaba mi espalda como un rejón de muerte. Me apoyé en el lavabo y alcé lentamente la camiseta en busca de la causa de tanto dolor.

Lo que vi me dejó hundido en la más absoluta desesperación. Me habían marcado a fuego y en mi espalda el nombre de mi propietaria, “María”.

24 de julio

Desde la terrible noche del 20 de julio no me había atrevido a levantarme de la cama. Me encontraba en un estado sudoroso y febril que empapaba mis sábanas.

Sin comer y a penas sin beber, empezaba a tener alucinaciones en las que ya no distinguía el sueño de la vigilia. La cara de la vieja dominadora danzaba alrededor de mi cabeza todo el día con una carcajada infinita que me iba reduciendo poco a poco a la nada.

De pronto escuché una algarabía y música que venían del patio interior de la comunidad. Al principio no caí en la cuenta pero de repente recordé que hoy era el cumpleaños de María al cual estaba invitado. Una sonrisa desesperada recorrió mi semblante. Si ella viera el estado en el que me encuentro, ¡por favor, ayuda!

Fue un grito silencioso que nadie oyó porque las fuerzas ya me habían abandonado hacía tiempo.

Pero yo estaba invitado a su cumpleaños y ahora sí tenía derecho a mirarla y admirar todas las curvas de su precioso cuerpo.

Me volteé sobre la cama y caí al suelo. Estaba totalmente incapacitado para ponerme de pie, así que fui reptando por el pasillo hasta llegar a la ventana que daba al patio central. Cogiéndome al alfeizar y consumiendo las pocas fuerzas que me quedaban, fui capaz de alzarme lentamente y arrancar los cartones que cegaban la ventana.

Allí estaba María, mi diosa, rodeada por todos los vecinos tan preciosa como siempre y moviendo el cuerpo al son de la música. Me quedé un momento embelesado viéndola mientras apoyaba mi vientre sobre el alfeizar de la ventana.

Por un momento, María miró hacia mi ventana insuflándome un soplo de energía vital y esperanza.

Me apresuré a levantar el brazo para saludarla, ¡María, María! Y en ese preciso instante, el peso de mi maltrecho cuerpo se venció hacia adelante y caí desde un sexto piso con una sonrisa en la boca porque al final sí que podría asistir al cumpleaños de mi preciosa María.

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