20 de Junio
Por fin he terminado mis exámenes de tercer curso del grado de Ingeniería Química, ¡qué ganas! Ha valido la pena el esfuerzo porque gracias a ese esfuerzo he podido sacarme el curso y ahora tengo todo el verano para tumbarme a la bartola, ir a la playa y salir con chicas.
Todavía tengo el cuerpo acostumbrado
a madrugar y a las 8 de la mañana ya ando como un zombi por casa sin saber qué
hacer.
El
calor empieza a enseñar sus abrasadoras garras y voy todo el día sin camiseta
empapado en sudor. Con la edad, odio cada vez más el verano por la incomodidad
corporal que supone estar todo el día sudando y sin poder descansar bien en las
tórridas noches.
Me dirigía a la cocina, a por otro
vaso de agua, cuando una leve brisa fresca cruzó el pasillo proveniente de una
ventana que hay en la fachada trasera del edificio. Esta ventana da a un gran
patio central conformado por otros 3 edificios que forman un cuadrado interior
donde la gente tiende la ropa y espía furtivamente al vecino de enfrente.
Yo vivía en un sexto piso y hacía ya
algún tiempo que había reparado en que la habitación de María, la hija de Pedro
y Rosario, daba a este patio central a la altura de un tercer piso.
Mi cuerpo se encaminó
instintivamente hacia esa fuente de frescor matutino y, al llegar al alfeizar
de la ventana, me balanceé apoyado en mi cintura, sacando el cuerpo hacia el
exterior para respirar una bocanada de aire fresco con ese olor tan
característico lleno de oxígeno en comparación con el ambiente cargado del interior.
El cielo azul intenso estaba tapizado con algunos cúmulos muy blancos que le
daban una especial luminosidad al día.
Y fue entonces, cuando al bajar la
mirada hacia el patio delimitado por las fachadas traseras de los 4 edificios,
la vi. La ventana de su habitación estaba abierta de par en par y ella estaba
de espaldas abrochándose el sujetador por detrás. Recibí inmediatamente un
latigazo hormonal que me erizó hasta los pelos del cogote y mi vista quedó
imantada, fija en aquella joven silueta. Se despertó en mí el instinto animal y
la lascivia tomó el control de mis actos poniéndome en estado de alerta para
ver sin ser visto, para poder robar la mayor porción de intimidad que me fuera
posible. Después de desaparecer unos instantes, María se acercó de nuevo a la
ventana abierta mientras luchaba con una camiseta de manga corta con el fin de
introducir la cabeza y los brazos por las aberturas de la misma. Y a
continuación cerró las 2 hojas de la ventana con resolución.
El reflejo del sol en los cristales de las ventanas del edificio de enfrente cegó por completo mi visión y dejó mi libido alteradísima, sedienta como un toxicómano en busca de su siguiente dosis.
23 de Junio
Desde que la vi detrás de aquella ventana, no he podido dejar de pensar en ella y mis noches se han convertido en una pujanza juvenil que es como una catarata retenida por una gran presa al máximo de su capacidad.
Cada mañana me asomo furtivamente a la ventana con el propósito de inmiscuirme en su vida cotidiana privada. Por el momento, lo único que he conseguido es verla pasar rápidamente en ropa interior por delante de su ventana abierta de par en par. Demasiado poco para mi hambrienta libido juvenil. En algún momento hasta he fantaseado con hacer las cosas bien y buscar un encuentro casual con ella para probar suerte y ver si quisiera salir conmigo.
A mediodía, he salido a comprar pan
y como si el destino quisiera martillear mi libido, me he encontrado con María
en la panadería vestida con una camiseta y unos shorts que resaltaban
graciosamente la silueta de su cuerpo juvenil. Me ha dirigido una sonrisa y un
comentario intranscendente sobre el calor que estaba haciendo ya… y yo me he
bloqueado, me he quedado como un pasmarote balbuceando una respuesta
ininteligible.
He
entrado en casa como un león rabioso subiéndome por las paredes y maldiciendo
mi poco arrojo con las mujeres. El anhelo de verla, de tocarla, de hablar con
ella iba creciendo en mí de forma casi patológica.
Esta
noche es la noche de San Juan. Entre el calor, los petardos y mis viajes cada
vez más frecuentes a la ventana del fondo del pasillo va a ser imposible
dormir. Este anhelo sexual irresoluto se está convirtiendo en una obsesión. Es
increíble darme cuenta como he caído en las garras de María, sin que ella
tuviera siquiera que pronunciar palabra. Está claro que los chicos de mi edad
somos presa fácil de la juventud y lozanía de las chicas adolescentes.
En la noche de San Juan, casi nadie
puede dormir hasta que no cesan los petardos. Si cierras las ventanas para
amortiguar el estruendo, te asas de calor y si abres, el petardeo incesante te
va crispando los nervios haciendo imposible conciliar mínimamente el sueño.
En un momento determinado de la
noche, al ir al lavabo para regarme el pecho con agua fría, sentí la necesidad
perentoria de acercarme una vez más a la ventana del fondo para espiar a María.
Lo hice sin mucha convicción pero al asomarme me resultó extraño ver las hojas
de su ventana abiertas de par en par y la luz de su habitación apagada. Yo
deseaba que San Juan hiciera realidad mis deseos y aquella chica apareciera en
su ventana en todo su esplendor, y de repente, pude distinguir su silueta
velada por la oscuridad de su habitación e iluminada fugazmente por los
fogonazos de los fuegos artificiales. Mis manos se aferraron ferozmente al marco
de mi ventana, casi conteniendo el impulso de saltar hacia mi vecina musa.
Agudicé la vista para poder distinguirla mejor y de repente el fogonazo de un
cohete iluminó toda la facha interior del edificio y vi el contorno de sus
pechos recortándose sobre la oscuridad de su habitación. Un torrente abrumador
de deseo sexual anegó todo mi cuerpo. Deseé tocarla, olerla, tenerla cerca de
mí para sentir la calidez de su joven cuerpo. Un, dos, tres y otro petardo
iluminó el cielo pero sin alcanzar la suficiente altura como para iluminar el
tercer piso de la fachada interior. ¡Mi deseo era insufrible! Por favor, lanzad
más cohetes, todo un castillo de fuegos artificiales si queréis, pero por favor
iluminad a esa niña que contempla distraída los fuegos de la noche de San Juan.
Y de
repente ¡boom!, una gran palmera tiñó de luz anaranjada todo el edificio que
tenía ante mi vista justo cuando daban las 12 de la noche. Mi ávido deseo
sexual confirmó fuera de sí que María únicamente portaba unas braguitas en
aquella tórrida noche de San Juan y quise morir de deseo, de instinto animal
irrefrenable, de comunión con ese cuerpo joven.
Enloquecido
como estaba, levanté la vista hacia el cuadrado de cielo recortado por el patio
central de aquellos 4 edificios buscando un poco de respiro a mi fijación
enfermiza en el cuerpo de María y entonces la vi. Una mujer mayor, con los
cabellos grises y revueltos me observaba fijamente desde el séptimo piso, la
mirada penetrante, sin pestañear y con la clara intención de reprobar mi
comportamiento.
Yo en
un primer momento intenté escabullirme, bajar la persiana y salir corriendo
como un ladrón sorprendido en mitad de la noche. Titubeé, volví a mirar hacia
el séptimo para cerciorarme de que no era una especie de alucinación e incluso
saludar a la anciana mujer pero en cuanto crucé la mirada con la de la vieja
sentí una punzada en mi interior y la sensación de quedar encadenado, de haber
perdido mi libre albedrío, mi voluntad justo cuando el reloj marcaba las 00:01.
24 de Junio
Después
de una noche toledana en la que no había podido pegar ojo y con un terrible
dolor de cabeza digno de una de mis épicas resacas, me levanté tambaleándome hacía
el cuarto de baño. En un primer momento, no recordaba nada del episodio
intimidante de la noche anterior pero justo al echarme agua en la cara y
dirigir la mirada hacia en espejo de encima del lavabo, me invadió una
sensación de desasosiego, como de estar en peligro, que me hizo regresar
súbitamente a mi desdichada realidad.
Rápidamente
me puse a darme decenas de argumentos con la intención de rebatir el sinsentido
de la situación pero sin demasiado éxito. De hecho, nunca más volvería a sentir
paz interior.
Mientras
desayunaba, me propuse pasar a la acción y dejar de darle tantas vueltas a la
cabeza. Me di una ducha que me pareció una especie de nuevo bautismo y con el
ánimo ligeramente serenado me dirigí a la calle a por una barra de pan.
El recelo
no me abandonaba pero la cara de la vieja que me había aguijoneado el alma, la
del séptimo piso, se iba desdibujando poco a poco diluida por la cotidianidad
del entorno.
Ya en la
panadería, la panadera me recibió con su habitual buen humor.
─¿Qué pasa Juan?¿cómo se nota que esta noche
no hemos dormido?
─Sí, la
verdad es que con los petardos, ha sido como siempre un coñazo poder dormir ─me
excusé yo de mala gana.
─Bueno,
pues ya sabes que eso se arregla con una buena siesta. Toma, tu barrita de pan.
Venga descansa.
Mientras
hablaba con la panadera, había escuchado la puerta y sabía que había algún cliente
detrás de mí. Al girarme en dirección a la salida, me la topé frontalmente a un
metro escaso de mí. Era la vieja del séptimo, sus ojos negros y tremendamente
penetrantes, la cara enjuta con los pómulos y la barbilla bastante pronunciados,
toda de negro con una ropa que parecía más bien de otra época.
Todo mi
cuerpo quedó sin fuerza, como un títere tambaleante, y el corazón se me desbocó
como un caballo salvaje dentro del pecho. Todos los poros de mi cuerpo rezumaron
un sudor frio enervados por el escalofrío que me recorrió de arriba abajo. Y no
pude más que bajar la mirada y salir casi a tientas con el sentimiento de que
algo se había quebrado dentro de mí mientras oía a mis espaldas la voz áspera de
la vieja que me decía algo como “te vas a enterar”.
30 de junio
Yo no
podía entender que me estaba sucediendo. Siempre había sido un chaval echado
para adelante, incluso un poco brabucón, que no tenía problema para relacionarme
con las chichas manteniendo siempre ese talante de macho.
Y
ahora, me sentía poca cosa, débil de espíritu, sin ganas de salir de casa y con
un tremendo sentimiento de amenaza y dominación.
A pesar
de ello, mi lívido juvenil seguía fabricando hormonas, y después de cenar tuve
de nuevo la tentación de asomarme a la ventana del patío interior en busca de
nuevas y tórridas imágenes de mi joven vecina María.
Primero
miré de soslayo, como de reojo, por si acaso era descubierto de nuevo en mis
lascivas intenciones. La ventana de su habitación, en el tercer piso, estaba
abierta de par en par y la luz encendida. Mis ojos se posaron inmediatamente en
ese cuadrado iluminado en la fachada de enfrente, como si yo fuera una polilla,
a la espera de que su cuerpo desnudo rellenase aquel cuadro de luz que
conformaba la ventana. Podía pasar de un momento a otro, ¡mi excitación iba en
aumento! Venga, venga, venga, ¡por favor! repetía en mi cabeza al mismo tiempo
que vigilaba los alrededores como un ladrón en plena faena. De hecho, yo era un
ladrón, un ladrón de posados.
Y de
repente, ¡eh voilà!, María apareció semidesnuda mirando hacia el exterior
mientras, con los brazos levantados, se hacía un moño. No lo podía creer, ¡me
había tocado la lotería! con esa imagen iba a tener energía sexual para unos
cuantos días.
Dejé a
un lado todas mis prevenciones y miedos y me lancé como un halcón a atrapar con
la mirada esa preciosa silueta juvenil que brillaba en la oscuridad del patio
de vecinos. Casi podía comérmela con la mirada pero cuando más concentrado
estaba recorriendo las curvas de su cuerpo en un viaje sensual arrollador,
parpadeé un momento, y lo que vi al volver a posar mis ojos en ese imán de
placer visual me dejó petrificado. De nuev0, la mirada penetrante y amenazadora
de aquella vieja bruja me estaba juzgando y condenando por obseso sexual.
Miré
hacia el séptimo piso y allí no había nadie, la vieja me estaba abriendo en
canal desde la habitación de María. Parecía que el precioso y delicado cuerpo
de María se había trasmutado en el de la vieja canosa y mal encarada que me
atormentaba ya desde hacía algunos días. Caí desplomado, quedando con la
espalda apoyada contra la pared de debajo de la ventana, sudoroso, tembloroso,
desorbitado. Aunque me cueste reconocerlo, salí reptando por el pasillo hacia
mi habitación incapaz de ponerme de pie y al alcance del ángulo de visión de
aquel ser malévolo y dominante.
4 de julio
Me
encontraba en cama, con fiebre, casi sin comer y bañado en sudor desde el
desdichado episodio de finales de junio.
No
entendía que sucedía, por qué me encontraba tan inapetente, sin voluntad de
hacer nada, como castigado por una voluntad superior. Quizá me lo merecía por
mi conducta deshonesta que intentó violar la intimidad de la habitación de una
adolescente.
Los
amigos me tocaban el timbre hasta casi echar la puerta abajo y me gritaban
desde la calle que bajara para ir a la playa o para salir de fiesta. Yo no
tenía fuerzas ni para contestar y me sentía sometido por una voluntad mucho más
fuerte que la mía que me mantenía encerrado en mi habitación a pesar de mis
ansias de disfrutar las esperadas vacaciones de verano.
10 de julio
Poco a
poco fui recuperándome lo suficiente como para vestirme y salir a la calle. No
había comido prácticamente nada en una semana y se me notaba. Me atreví a hacer
una mini compra en el super con la indisimulada esperanza de no cruzarme con
nadie conocido.
Notaba
que la gente me miraba por la calle o quizá eran imaginaciones mías. Compré 4
cosas y volví tanteando las fachadas de los edificios hacia casa. Me encontraba
en el zaguán de la escalera vaciando el buzón repleto de correspondencia
atrasada cuando se abrió la puerta de la entrada. ¡Era María!
El
corazón me dio un vuelco tal que pensaba que iba a salírseme por la boca e
inmediatamente bajé la mirada sumiso y avergonzado. Ella iba cargada con varias
bolsas del super y llamó mi atención.
─¿Qué
pasa Juan?¿es qué no vas a ayudar a una chica cargada a subir la compra a casa?
Es que no puedo más con este calor, vengo muertecita. ─María llevaba un
pantalón tejano de esos tan cortos que la entrepierna parece que va a ceder de
un momento a otro y la parte superior de un bikini. Lucía un bronceado uniforme
que mostraba claramente las largas horas que su cuerpo había pasado sobre la
arena de la playa.
─Sí
claro, ─dije titubeante, y le ayudé a meter todas las bolsas de la compra en el
ascensor.
¡Qué
largo se me hizo el trayecto hasta llegar al 3º! Por fin tenía delante el
objeto, o mejor dicho, el sujeto de mis más profundos deseos y ni siquiera era
capaz de mirarle a la cara.
─¿Qué,
cómo te va el veranito? ─preguntó ella risueña y chispeante.
Yo con
la mirada pegada al suelo y mirándola de reojo y deleitándome una vez más con
ese cuerpo tan bien formado, tan perfecto, tan joven.
─Bueno
pues va regular. No sé qué he pillado que me ha tenido más de una semana en
cama. Ahora parece que estoy mejor pero me noto raro.
¡Cómo
puede ser! María está aquí hablándome y yo parezco un soberano idiota.
─Pues mira,
tú lo que necesitas es salir. En dos semanas es mi cumpleaños, cumplo 18, ya
ves, ¡qué ya soy mayor de edad! Venga que te invito a mi fiesta, vamos a hacer
una pequeña celebración aquí en el patio central con los amigos y amigas de la
comunidad, y tú estás en esa categoría, ja, ja.
Un sentimiento
de gozo y alegría me iluminó el rostro y por fin fui capaz de levantar la
mirada para mirarla a la cara, a su preciosa cara de chica de 18. A fin de
cuentas, yo tenía 22 así que por qué no podía saltar la chispa del amor entre
nosotros.
Tan sólo
fui capaz de dirigirle una leve sonrisa porque inmediatamente sentí como si una
mano enorme me cogiera del cogote y me hiciera bajar la cabeza hacia el suelo,
muy abajo, muy abajo hasta casi ponerme a ras del suelo.
─Lo
siento María, ya veremos cómo me encuentro. Si estoy mejor, intentaré ir a tu
fiesta. ¡Felicidades por anticipado! ─¡qué idiota soy! ¡cómo puedo despreciar
una oportunidad así!
8 de julio
Hoy me he levantado con la sensación de haber
estado toda la noche andando por ahí. Ha sido como una terrible pesadilla en la
que me arrastraba caminando de rodillas y con los brazos en cruz por el centro
de la calzada. Y ciertamente, tengo los brazos doloridos. ¡Ha sido una
pesadilla tan vívida!
Al ir
al baño, me doy cuenta de que tengo las rodillas llenas de heridas y moratones,
¡pero será posible! ¿qué me ha pasado esta noche?
En días
posteriores, he seguido teniendo terribles pesadillas que parecían hacerse
realidad al levantarme por las mañanas.
Un día
me levanté completamente desnudo y con la lengua negra, llena de suciedad.
Otro, tenía quemaduras de cigarrillo por todo el cuerpo. Y otro día, tenía las
nalgas enrojecidas como si me hubieran dado una buena tanda de azotes.
Todo
sucedía por las noches, entre malos sueños en los que siempre aparecía la vieja
del séptimo.
16 de julio
Me he
decidido a tapar con cartón la ventana que da al patio interior de la finca.
Presiento que es por ahí por donde vienen todos mis problemas desde que aquel
maldito día vi a María desnuda en su ventana.
Me siento
desanimado y sin fuerzas. Es como si me hubieran extraído toda mi voluntad y
ahora fuera un simple pelele que va por ahí como pájaro sin cabeza.
Eso es,
siento que me han arrebatado mi libertad y vivo en un estado febril a expensas
de una voluntad superior, la bruja del séptimo.
20 de julio
Hoy estoy
decidido a averiguar que me sucede por las noches. Me he encerrado en mi
habitación con un pestillo y un candado que he instalado en la puerta para tal
efecto. Antes de ir a dormir, he cerrado la puerta con llave y he guardado la
llave en el cajón de la mesilla.
Ni siquiera
me he desvestido, y recostado en la cama me ha ido venciendo el sueño. Una
terrible pesadilla esperaba sigilosa el momento de asaltar mi mente y mi
espíritu. En ella, yo era conducido a casa de la vecina vieja del séptimo piso
por una especie de fuerza invisible que me sujetaba por los brazos. Allí, la
perversa mujer de rostro justiciero me esperaba con un hierro incandescente en
la mano. Fui obligado a arrodillarme y agachar la cabeza ante la tirana
majestad que ejercía la déspota mujer, y en esa humillante posición fui marcado
como ganado en la zona lumbar. Sentí una terrible punzada de dolor que recorrió
todo mi cuerpo y me devolvió abruptamente a la vigilia.
Me
desperté sudoroso y con un terrible dolor de riñones. Casi sin darme cuenta,
cogí la llave del candado que estaba en la mesilla y liberé la puerta para
poder ir al baño. El dolor aguijoneaba mi espalda como un rejón de muerte. Me
apoyé en el lavabo y alcé lentamente la camiseta en busca de la causa de tanto
dolor.
Lo que
vi me dejó hundido en la más absoluta desesperación. Me habían marcado a fuego
y en mi espalda el nombre de mi propietaria, “María”.
24 de julio
Desde
la terrible noche del 20 de julio no me había atrevido a levantarme de la cama.
Me encontraba en un estado sudoroso y febril que empapaba mis sábanas.
Sin
comer y a penas sin beber, empezaba a tener alucinaciones en las que ya no distinguía
el sueño de la vigilia. La cara de la vieja dominadora danzaba alrededor de mi
cabeza todo el día con una carcajada infinita que me iba reduciendo poco a poco
a la nada.
De
pronto escuché una algarabía y música que venían del patio interior de la
comunidad. Al principio no caí en la cuenta pero de repente recordé que hoy era
el cumpleaños de María al cual estaba invitado. Una sonrisa desesperada recorrió
mi semblante. Si ella viera el estado en el que me encuentro, ¡por favor,
ayuda!
Fue un
grito silencioso que nadie oyó porque las fuerzas ya me habían abandonado hacía
tiempo.
Pero yo
estaba invitado a su cumpleaños y ahora sí tenía derecho a mirarla y admirar
todas las curvas de su precioso cuerpo.
Me
volteé sobre la cama y caí al suelo. Estaba totalmente incapacitado para ponerme
de pie, así que fui reptando por el pasillo hasta llegar a la ventana que daba
al patio central. Cogiéndome al alfeizar y consumiendo las pocas fuerzas que me
quedaban, fui capaz de alzarme lentamente y arrancar los cartones que cegaban
la ventana.
Allí
estaba María, mi diosa, rodeada por todos los vecinos tan preciosa como siempre
y moviendo el cuerpo al son de la música. Me quedé un momento embelesado
viéndola mientras apoyaba mi vientre sobre el alfeizar de la ventana.
Por un momento,
María miró hacia mi ventana insuflándome un soplo de energía vital y esperanza.
Me apresuré a levantar el brazo para saludarla, ¡María, María! Y en ese preciso instante, el peso de mi maltrecho cuerpo se venció hacia adelante y caí desde un sexto piso con una sonrisa en la boca porque al final sí que podría asistir al cumpleaños de mi preciosa María.
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