jueves, 5 de mayo de 2016

Criaturas de la noche

Me encontraba cansado y decidí irme a la cama. El día había sido agotador, eran más de las doce y toda la familia descansaba ya plácidamente. Me encanta trasnochar y, como siempre, me había quedado un rato más delante del ordenador, disfrutando de la soledad de la noche. Me encanta esa dulce sensación que me arropa por las noches cuando me encuentro solo en el salón de casa y sueño despierto protegido por la gran barrera del sueño que está por venir y que separa un día del siguiente. Sobre ese filo entre el día y la noche he leído mucho y he creado mucho siempre protegido por la gran barrera del sueño nocturno. Mi imaginación ha volado mucho explorando los más recónditos vericuetos de la condición humana a estas horas de la noche pero siempre con la seguridad de volver al nido, de meterme en la reparadora cama que todo lo arregla y todo lo cura durante el pase mágico que nos lleva hasta el siguiente amanecer. Podríamos decir que soy un noctámbulo empedernido, una criatura de la noche que sintonizo mucho mejor con el ocaso, con el acabar, con el apagar que por el contrario, con el empezar o el amanecer.
La casa estaba a oscuras, a excepción de un pequeño flexo que tengo para iluminar la pantalla del ordenador. Me hice el ánimo y me levanté en busca de la piltra pertrechado, como cada noche, del leve resplandor de la pantalla del teléfono móvil que guía mis pasos por el pasillo y las escaleras que ascienden al primer piso. El camino que tuve que andar fue largo pues en primer lugar me dirigí a la puerta de casa para comprobar que estaba bien cerrada. En cuanto dejé la puerta principal empezó todo, decenas de criaturas acompañaron mis temerosos pasos por el pasillo en dirección a las habitaciones superiores. Salían de todas partes, se filtraban por las paredes y por debajo de las puertas como sombras que rápidamente tomaban consistencia y me echaban el aliento en el cogote. A cada paso que daba, mayor era la presión que sentía a mis espaldas, yo sin girarme en ningún momento, completamente aterrorizado. Escuchaba el rumor de sus pasos fantasmagóricos, atropellados detrás de mí como pugnando por alcanzarme. Algunos se descolgaban desde el techo, otros corrían a lo largo del pasillo utilizando sus cuatro extremidades que apoyaban en suelo, paredes y techo, desaforados, con las bocas abiertas y los ojos desorbitados. Parecían tener la capacidad de traspasarme, de introducirse en mi cabeza desde atrás. En eso, pasé por delante de la puerta del baño entreabierta y pude ver mi sombra reflejada en el espejo del baño, pero no estaba sola, compartía espejo con una niña en camisón, de sonrisa burlona, ojos y dientes amarillos y piel llagada que rápidamente y con ayuda de sus brazos intentó zafarse de la dictadura bidimensional del espejo, para salir de él e incorporarse al séquito de entes que ya perseguían mi maltrecho ánimo. Así, al llegar al recodo del pasillo que daba a la escalera, el tenue resplandor del móvil iluminó los primeros peldaños y yo comencé a ascender escaleras arriba con el vello totalmente erizado. Aquella jauría de seres perseguidores pareció darme una ligera tregua para permitirme abordar los primeros peldaños sin tropezar, la presión a la que me tenían sometido se alivió ligeramente pero solo para permitirme ascender los 4 o 5 primeros escalones. Sin embargo, entonces tuve la ocurrencia de dirigir el resplandor de la pantalla del móvil hacia abajo y ¡maldita sea!, allí estaban asomando sus cabezas burlonas por el filo de la esquina del pasillo que daba a la escalera, ¡cómo reían! y ¡cómo saltaron ágiles tras de mí! Algunos caminaban a cuatro patas por el techo mientras otros recorrían las paredes de la escalera como sombras que se ponían a mi altura. Los que por el techo andaban descolgaban sus cabezas, como desnucados, las lenguas colgando y siempre riendo por encima de mí. El ascenso al primer piso se me hizo eterno, sentía mi vello erizado y el culo prieto, soportando cada vez una mayor presión de estas goyescas criaturas. Por fin alcancé el rellano y me dirigí hacia mi dormitorio. Entonces sentí que se metían debajo de la cama y alargaban sus brazos descarnados para intentar atraparme por los tobillos. Intenté reunir la mayor entereza de la que fui capaz en el momento de sentarme en la cama y descalzarme aunque sentía su fuerte presencia acechándome. Por fin logré introducirme en la cama con un rápido movimiento de piernas acompañado por el rebote de mi cuerpo sobre el colchón y un fuerte tirón del edredón que tapó mi cuerpo hasta el cuello.
Sólo entonces sentí un cierto alivio, bajó mi desazón y empecé a sonreír como un tonto, al comprobar que aún con 45 años seguía teniendo el mismo miedo infantil a la oscuridad que me había acompañado desde la infancia y que acompaña a todos los seres humanos por muy valientes y ajenos a la fantasía que sean.

1 comentario:

Lluís P. dijo...

Joan,

cuando mi cerebro a puesto imagen a la niña en camisón, me he acordado del vídeo que te adjunto: http://buzz.viddsee.com/shes-alone-but-her-selfie-captured-a-man-behind-her-she-laughs-it-off/
Yo también sufrí miedo a la oscuridad de pequeño. Y por esto me he identificado con lo que describes; te felicito por tu acertada técnica a escoger el adjetivo adecuado a cada momento de angustia.
Para tu próxima entrega, ¿por qué no pruebas con algo de vis cómica? Seguro que hay anécdotas para partirte el pecho de risa, prueba a escribirlas también.
Un abrazo,

Lluís