Con el ánimo helado recorro la
superficie mohosa de las lápidas que contoneándose pueblan la tierra. La niebla
es espesa y repta por el suelo creando la impresión de que todo se encuentra en
una especie de suspensión espectral. Fantasmagorías creadas por los retorcidos
árboles que parecen haber muerto en el intento de alcanzar la huidiza luz que
se atreve a penetrar en aquel mundo de sombras. El ambiente brumoso embota los
sentidos y cubre con su velo silencioso lo que algún remoto día fue vida,
aquellas flores secas que algún día florecieron, aquella hiedra ocre que algún
día trepó vigorosa, aquel metal herrumbroso que algún día mostró sus afilados
perfiles y aquella gente bajo tierra que algún día mostraron su sonrisa.
Hasta el musgo se secó de
tristeza moteando las cruces de piedra que ya han perdido su altivez y se
muestran como tocones inclinados, aquí y allá, como arrastrados por el
torbellino del eterno girar de la Tierra.
Una verja eternamente
entreabierta nos invita a entrar y caminar por la húmeda calzada adoquinada que
conduce a la ermita de las ánimas. Allí han buscado cobijo escapando lentamente
por las grietas de las tumbas que ya se hacen polvo alisando sus cinceladas
inscripciones.
La hojarasca seca y gris lo
cubre todo, hojas que no son de este otoño, que no son de estos árboles
alimentados apenas por un hilito de savia, hojas que pertenecen a la eternidad,
al paso eterno del tiempo que en este lugar quedo congelado en el momento del
eterno olvido.
¡Qué nadie se atreva a mirar en
el interior de la ermita si el alma quiere conservar! Qué los vivos se cuiden
de molestar, que estos son los dominios de la muerte y los gustos que ella
tiene.
La Naturaleza muerta codifica
toda la vida que fue, todos los matices, todos los caprichos vitales que dejan
una huella indeleble por toda la eternidad. Así que, en realidad aquel lugar es
rico en matices maduros, en experiencia, en sabiduría que va diluyéndose en el
tiempo para volver a la madre tierra con el reino vegetal por anfitrión.
Un cuervo grazna en la lejanía
del horizonte brumoso del cementerio como vigilante y valedor del lento
envejecer de los panteones cuyas paredes de piedra húmeda hace años que no han
sido tocadas por vivo, y en el interior descansa el último ramo de rosas
blancas que ahora parecen de papel al pie de la fotografía del desdichado
pudiente.
La bruma amarillea sobre las desnudas
copas de los retorcidos árboles, algunas hojas prendidas a las ramas desafían
las leyes del otoño en el cementerio y permiten vislumbrar al fondo el
imponente pórtico neoclásico, una columna a cada lado sosteniendo el
frontispicio triangular y la inscripción latina de un año perdido ya en el
remoto pasado.
Más allá a lo lejos, la luz de
un tenue candil, la casa del sepulturero que ya no tiene más trabajo que
sostener su propio hilillo de vida que se escabulle por el umbral de la puerta
en dirección al cementerio, el único cuasi vivo que ya tiene elegido el lugar
de su eterno reposo, allí, al lado del rosal amarillo que nunca muere.
2 comentarios:
Joan,
Sinceramente, me quito el sombrero por el dominio estilístico que exhibes en este texto: los adjetivos (ocre, mohosa, herrumbroso), los verbos (secó, moteando, grazna) y los sustantivos (cuervo, naturaleza muerta, ermita, sepulturero, cementerio), todo, absolutamente todo tiene una referencia gótica exacta. La atmosfera que creas, sin provocar terror, te envuelve y te va absorbiendo poco a poco, cual boa constrictor, hasta que realmente te crees en medio del ambiente que describes. No es nada fácil conseguir este efecto, y a mí es de los que este estilo me seduce, me atrae como si estuviese hipnotizado. Hasta tal punto, que he repetido en voz alta tu relato en una habitación casi a oscuras y... bueno, ¡qué mal rato he pasado! La más leve hoja seca, si durante la lectura hubiera caído sobre mi hombro, me hubiera provocado un ataque de pánico de ahí te espero.
Felicidades por el relato gótico, una gozada de lectura. La próxima vez, te piensas un argumento de lo más tétrico y, conservando el mismo escenario de miedo, tendrás un resultado no apto para cardíacos.
Un abrazo,
Lluís
Querido Lluís,
gracias por tu comentario que me ha hecho feliz al comprobar que había tenido éxito en mi intento de transmitir una atmósfera concreta.
Sabes que soy adicto a este tipo de escenarios decadentes tan relacionados con el otoño y siempre que puedo me zambullo en ellos y me regodeo describiéndolos.
En fin, parece que en mi caso es totalmente aplicable aquella palabra que me has hecho aprender “nictofilia” o la preferencia por la oscuridad y la noche, tanto fisiológicamente como mentalmente.
Muchas gracias por seguir leyéndome amigo.
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