Con
el advenimiento de las nuevas tecnologías, están produciéndose toda una serie
de alteraciones del lenguaje verbal, especialmente del escrito, que amenazan
con perpetuarse. El desencadenante original de estos cambios es generalmente la
dificultad a la hora de manejar el interfaz máquina-humano unido a un estilo de
vida esculpido a golpes de teléfono móvil y otras chuches tecnológicas, y me
explico.
A
mi modo de ver, hay dos hechos que están directamente relacionados con la
alteración de los códigos escritos asociados al lenguaje. El primer lugar, la
sociedad actual se comunica cada vez más a través de soportes electrónicos que
nos permiten llegar a un número casi infinito de interlocutores pero al mismo
tiempo evitan el contacto bis a bis. Al querer comunicarnos con un número
ingente de personas, vulgarmente conocido como red social, el tiempo empieza a
jugar un papel importante, necesito rapidez, inmediatez, escaso o nulo
refinamiento a la hora de escoger los códigos o significantes que le envío al
otro interlocutor. En segundo lugar, al evitar la comunicación oral, utilizamos
mucho el leguaje escrito y el acto de escribir nos cuesta. Me refiero
físicamente, nos cuesta dominar nuestros dedos para que se aclaren tocando
compulsivamente las estrechas pantallitas táctiles de los móviles. Todavía
recuerdo cuando aprendíamos mecanografía para poder escribir rápido sobre un
teclado QWERTY, ahora seguimos usando los mismos teclados pero ni Dios sabe
mecanografía, así que lo normal es acabar con un tembleque considerable si uno
se extiende demasiado en sus mensajes.
Esta
dificultad a la hora de escribir nos ha llevado a destrozar el lenguaje
escrito, como forma de rebeldía o de supervivencia pragmática ante el nuevo
paradigma de la comunicación. Así, el número de faltas de ortografía se ha
disparado exponencialmente y está socialmente aceptado cometer atrocidades
ortográficas cuando escribimos en el móvil, como por ejemplo la completa
erradicación de los acentos dada la intranscendencia y la inmediatez de los
mensajes y la gran dificultad para poner una tilde con el móvil. También hemos
destrozado las palabras aplicando el rodillo de la abreviación que ha generado
toda una serie de engendros y nuevos palabros cuya única gracia es ser más
cortos que la palabra original, verbigracia “finde”.
De
cara a explicar el origen del lenguaje de signos faciales “Emoji”, yo añadiría
todavía un factor adicional a lo dicho anteriormente que es la incapacidad cada
vez mayor para expresar las emociones. No sabemos como poner en palabras lo que
sentimos, como matizar lingüísticamente nuestros sentimientos y sensaciones, y
por eso cada vez más recurrimos a los sufridos gráficos infantiles de las
caritas. No sabría decir si esta falta de capacidad lingüística es algo actual
o que ha sucedido siempre entre la masa social no erudita (entre la que me
incluyo), pero me da la impresión de que es un efecto más de la idiocia general
en la que nos han sumido los medios digitales. Asimismo, los emoticonos guardan
escondida una pequeña arma secreta que radica en su ambigüedad. De esta manera,
el emisor lanza una señal que es interpretada por el interlocutor, más o menos
fielmente, pero siempre adaptándola a su propio código emocional y así nos
aseguramos unos resquicios suficientemente amplios para no herir sensibilidades
y transmitir mensajes de manga ancha.
Por
tanto, creo que a raíz de la erosión lingüística producida por los medios
digitales de una u otra manera, se ha producido una involución del lenguaje que
deja caer las palabras, de lenguajes alfabéticos y fonéticos, para abrazar los
dibujos. Estamos volviendo a una escritura formada por ideogramas “emocionales”
o emoticonos, que desde mi punto de vista tienen la misma funcionalidad que los
legendarios ideogramas de las lenguas asiáticas o incluso los jeroglíficos egipcios
o mayas. Si se me permite ir un poco más allá, en realidad creo que los
ideogramas chinos o los jeroglíficos mayas son en realidad más complejos que
los emoticonos, de manera que yo situaría el lenguaje de las caritas más bien
cerca de Altamira y de la categoría representativa del lenguaje rupestre.
Lo
que aquí he expuesto me parece una versión simplista del fundamentado análisis
que podréis encontrar en el blog Transcliché Metacorner, donde mi amigo Carles
ha capturado una imagen más competente de las graciosas caritas y que os animo
a leer.
P.S.: ¿Capturan los emoticonos los matices faciales-emocionales que Rembrandt o Goya plasmaron en sus cuadros? Creo que sé la respuesta .
1 comentario:
Joan,
Después de leer tu texto me han venido a la mente imágenes de un reportaje sobre un curso de escritura japonesa abierta a todo el mundo. Se trata de copiar los ideogramas sobre una hoja de papel utilizando los pinceles y la tinta originales, y hacerlo con mucha calma y paciencia, para que cada trazo sea lo más fiel posible al símbolo que se trata de reproducir. Recuerdo las opiniones de los participantes, todos occidentales más o menos estresados: dibujando, manejando las cerdas del pincel con la pericia de un artista, les suponía un estado de paz interior y relajamiento que el ritmo de vida actual les había arrebatado. Mientras pintaban, las palabras “prisa”, “rápido” o “urgente” desaparecían de sus cabezas, y las endorfinas del placer volvían a hacer acto de presencia, la finalidad última de estas sesiones.
Me encuentro entre los afortunados que, al abrir su móvil, no se encuentran con cientos de mensajes de sus grupos de whatsapp pendientes de leer. El agobio ante tanta letra por procesar provoca, ya de entrada, una sensación de agobio creciente. Según me han contado, no hay nada más insoportable que leer párrafos y párrafos sobre temas tan estúpidos como si hay que llevar protección solar para la próxima excursión de los niños, por poner un ejemplo. Y la sensación de tener que responder algo, so pena de ser señalado por el resto de la manada como alguien asocial, empuja a buscar algo rápido y expresivo, de ahí el éxito de los emoticones.
Pasamos, entonces, de la satisfacción de disponer de unas herramientas informáticas ideales para comunicarse al instante, a la ansiedad de tener que responder a un alud de sandeces en un tiempo récord. La gran mayoría de los afectados caen en la trampa y se ven arrastrados por las nuevas tendencias en las relaciones humanas. Se ha detectado que las personas adictas al móvil miran la pantalla un promedio de cada diez minutos, atentos a la aparición de nuevos mensajes, víctimas del embrujo de las nuevas tecnologías, lo que repercute en su calidad de vida de forma inmediata: aumento de la presión arterial, insomnio galopante, falta de concentración y nervios a flor de piel, entre otros.
Por suerte, el tiempo siempre acaba por poner las cosas en su sitio, y la rebelión empieza a mostrar su cabeza ante el yugo que tienen que soportar los usuarios. Y no me refiero a los hoteles, vagones de tren, posadas u otros espacios públicos que se promocionan como “libres de conexión” (léase con las redes sociales, wifi, etc…), sino a la reacción personal que decide ignorar tanta estulticia comunicativa y desconectar el móvil durante las comidas y la noche, respetando los ratos dedicados a la conversación familiar o al recreo ante una buena película. Al fin y al cabo, ya decía Quevedo que “el exceso es el veneno de la razón”.
Saludos,
Lluís
PD: respecto a tu pregunta sobre los cuadros de Rembrandt o Goya, mi respuesta es claramente negativa. El rostro humano es infinitamente más rico en matices de expresión que el más acertado de los emoticones.
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