viernes, 7 de agosto de 2015

Emoji




Con el advenimiento de las nuevas tecnologías, están produciéndose toda una serie de alteraciones del lenguaje verbal, especialmente del escrito, que amenazan con perpetuarse. El desencadenante original de estos cambios es generalmente la dificultad a la hora de manejar el interfaz máquina-humano unido a un estilo de vida esculpido a golpes de teléfono móvil y otras chuches tecnológicas, y me explico.
A mi modo de ver, hay dos hechos que están directamente relacionados con la alteración de los códigos escritos asociados al lenguaje. El primer lugar, la sociedad actual se comunica cada vez más a través de soportes electrónicos que nos permiten llegar a un número casi infinito de interlocutores pero al mismo tiempo evitan el contacto bis a bis. Al querer comunicarnos con un número ingente de personas, vulgarmente conocido como red social, el tiempo empieza a jugar un papel importante, necesito rapidez, inmediatez, escaso o nulo refinamiento a la hora de escoger los códigos o significantes que le envío al otro interlocutor. En segundo lugar, al evitar la comunicación oral, utilizamos mucho el leguaje escrito y el acto de escribir nos cuesta. Me refiero físicamente, nos cuesta dominar nuestros dedos para que se aclaren tocando compulsivamente las estrechas pantallitas táctiles de los móviles. Todavía recuerdo cuando aprendíamos mecanografía para poder escribir rápido sobre un teclado QWERTY, ahora seguimos usando los mismos teclados pero ni Dios sabe mecanografía, así que lo normal es acabar con un tembleque considerable si uno se extiende demasiado en sus mensajes.
Esta dificultad a la hora de escribir nos ha llevado a destrozar el lenguaje escrito, como forma de rebeldía o de supervivencia pragmática ante el nuevo paradigma de la comunicación. Así, el número de faltas de ortografía se ha disparado exponencialmente y está socialmente aceptado cometer atrocidades ortográficas cuando escribimos en el móvil, como por ejemplo la completa erradicación de los acentos dada la intranscendencia y la inmediatez de los mensajes y la gran dificultad para poner una tilde con el móvil. También hemos destrozado las palabras aplicando el rodillo de la abreviación que ha generado toda una serie de engendros y nuevos palabros cuya única gracia es ser más cortos que la palabra original, verbigracia “finde”.
De cara a explicar el origen del lenguaje de signos faciales “Emoji”, yo añadiría todavía un factor adicional a lo dicho anteriormente que es la incapacidad cada vez mayor para expresar las emociones. No sabemos como poner en palabras lo que sentimos, como matizar lingüísticamente nuestros sentimientos y sensaciones, y por eso cada vez más recurrimos a los sufridos gráficos infantiles de las caritas. No sabría decir si esta falta de capacidad lingüística es algo actual o que ha sucedido siempre entre la masa social no erudita (entre la que me incluyo), pero me da la impresión de que es un efecto más de la idiocia general en la que nos han sumido los medios digitales. Asimismo, los emoticonos guardan escondida una pequeña arma secreta que radica en su ambigüedad. De esta manera, el emisor lanza una señal que es interpretada por el interlocutor, más o menos fielmente, pero siempre adaptándola a su propio código emocional y así nos aseguramos unos resquicios suficientemente amplios para no herir sensibilidades y transmitir mensajes de manga ancha.
Por tanto, creo que a raíz de la erosión lingüística producida por los medios digitales de una u otra manera, se ha producido una involución del lenguaje que deja caer las palabras, de lenguajes alfabéticos y fonéticos, para abrazar los dibujos. Estamos volviendo a una escritura formada por ideogramas “emocionales” o emoticonos, que desde mi punto de vista tienen la misma funcionalidad que los legendarios ideogramas de las lenguas asiáticas o incluso los jeroglíficos egipcios o mayas. Si se me permite ir un poco más allá, en realidad creo que los ideogramas chinos o los jeroglíficos mayas son en realidad más complejos que los emoticonos, de manera que yo situaría el lenguaje de las caritas más bien cerca de Altamira y de la categoría representativa del lenguaje rupestre.
Lo que aquí he expuesto me parece una versión simplista del fundamentado análisis que podréis encontrar en el blog Transcliché Metacorner, donde mi amigo Carles ha capturado una imagen más competente de las graciosas caritas y que os animo a leer.
P.S.: ¿Capturan los emoticonos los matices faciales-emocionales que Rembrandt o Goya plasmaron en sus cuadros? Creo que sé la respuesta .

1 comentario:

Lluís P. dijo...

Joan,

Después de leer tu texto me han venido a la mente imágenes de un reportaje sobre un curso de escritura japonesa abierta a todo el mundo. Se trata de copiar los ideogramas sobre una hoja de papel utilizando los pinceles y la tinta originales, y hacerlo con mucha calma y paciencia, para que cada trazo sea lo más fiel posible al símbolo que se trata de reproducir. Recuerdo las opiniones de los participantes, todos occidentales más o menos estresados: dibujando, manejando las cerdas del pincel con la pericia de un artista, les suponía un estado de paz interior y relajamiento que el ritmo de vida actual les había arrebatado. Mientras pintaban, las palabras “prisa”, “rápido” o “urgente” desaparecían de sus cabezas, y las endorfinas del placer volvían a hacer acto de presencia, la finalidad última de estas sesiones.
Me encuentro entre los afortunados que, al abrir su móvil, no se encuentran con cientos de mensajes de sus grupos de whatsapp pendientes de leer. El agobio ante tanta letra por procesar provoca, ya de entrada, una sensación de agobio creciente. Según me han contado, no hay nada más insoportable que leer párrafos y párrafos sobre temas tan estúpidos como si hay que llevar protección solar para la próxima excursión de los niños, por poner un ejemplo. Y la sensación de tener que responder algo, so pena de ser señalado por el resto de la manada como alguien asocial, empuja a buscar algo rápido y expresivo, de ahí el éxito de los emoticones.
Pasamos, entonces, de la satisfacción de disponer de unas herramientas informáticas ideales para comunicarse al instante, a la ansiedad de tener que responder a un alud de sandeces en un tiempo récord. La gran mayoría de los afectados caen en la trampa y se ven arrastrados por las nuevas tendencias en las relaciones humanas. Se ha detectado que las personas adictas al móvil miran la pantalla un promedio de cada diez minutos, atentos a la aparición de nuevos mensajes, víctimas del embrujo de las nuevas tecnologías, lo que repercute en su calidad de vida de forma inmediata: aumento de la presión arterial, insomnio galopante, falta de concentración y nervios a flor de piel, entre otros.
Por suerte, el tiempo siempre acaba por poner las cosas en su sitio, y la rebelión empieza a mostrar su cabeza ante el yugo que tienen que soportar los usuarios. Y no me refiero a los hoteles, vagones de tren, posadas u otros espacios públicos que se promocionan como “libres de conexión” (léase con las redes sociales, wifi, etc…), sino a la reacción personal que decide ignorar tanta estulticia comunicativa y desconectar el móvil durante las comidas y la noche, respetando los ratos dedicados a la conversación familiar o al recreo ante una buena película. Al fin y al cabo, ya decía Quevedo que “el exceso es el veneno de la razón”.

Saludos,
Lluís
PD: respecto a tu pregunta sobre los cuadros de Rembrandt o Goya, mi respuesta es claramente negativa. El rostro humano es infinitamente más rico en matices de expresión que el más acertado de los emoticones.