sábado, 19 de junio de 2010

Leyendo a Platero


Nada más agitar sus páginas con el pulgar mediante un rápido descarte que genera una leve corriente de aire, ya me vienen los aromas a mar, a tierra mojada, a lirios del monte y a tornasolados tránsitos circadianos.

Acaricio cada capítulo, y lo toco y lo retoco, y lo huelo y lo imagino. Collar de perlas preciosas, rosario de la aurora y del crepúsculo, conformado por finos miriñaques que estimulan mi espíritu al son del dulce tintineo generado por el choque de las letras dentro de cada palabra.

Es tal el lirismo que destila esta obra, que cada capítulo se erige en monumento, en construcción física, tangible, que deja una huella indeleble sobre la faz de la Tierra. Es poesía convertida en prosa pero más que eso, es un monumento que usa las palabras como sillares que encajan a la perfección en un orden determinado y que erigen una auténtica pirámide de las sensaciones, de los sentimientos. Cada pedazo de información representa una nueva construcción, en la que cada palabra parece haber encontrado su sitio en el Universo, guiadas por el pastor de palabras llamado Juan Ramón.

El resultado es un caleidoscopio de sensaciones, una psicodelia onubense, de monte, de mar, de flores, de sol, de cielo, de marisma, de gente… de amor.

Yo camino entre sus renglones como por entre los surcos que deja el arado en la tierra para airearla, con la ilusión creada por los dones sensoriales que la tierra me regala, pero sabiendo que pertenezco a estos surcos y algún día volveré a ellos.

Sólo quiero dar las gracias al que un día arañó la tierra y me permitió ver y saber algo de sus entrañas antes de que yo me convierta en aroma de almoraduj.

2 comentarios:

carles p dijo...

Juan,

Tu prosa poética se acerca aquí a la del pastor de palabras que tan líricamente referencias.
Juan Ramón J es también uno de mis poetas preferidos en castellano,

Saludos

Juan Francisco Caturla Javaloyes dijo...

Muchas gracias Carles por alimentar mi ego. Sentí la necesidad de escribir algo, emborrachado por la sobredosis de belleza poética que derrocha la famosa obra de este poeta, Platero y yo.