miércoles, 6 de enero de 2010

Llueve…


Tarde plomiza,

el cielo desciende pesado

oprimiendo las almas

como en el sótano bajo.

Un sentimiento de tristeza

lo impregna todo,

es la tristeza universal,

la tristeza esencial.

El mundo de los vivos calla,

y contempla en silencio receloso

la autoridad de la madre Naturaleza.

Miro hacia la ventana,

una gota de agua se desliza por el cristal,

para fundirse en la ranura del marco

con un mar de almas grises,

que ya han aceptado su destino.

Mi interior indefenso

se asoma al abismo del infierno gris,

y me siento atrapado

por una melancolía atemporal,

sin fin aparente.

No tengo más remedio

que cambiar el color de mi sangre

por el gris plomizo que me embebe,

y abandonarme al sentimiento

que potenciará mi alegría

cuando cese la lluvia

y el cielo se haga inmenso.

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