sábado, 26 de septiembre de 2009

Código de Honor


Permitidme que hable aquí de un rasgo de la personalidad, que en los tiempos que corren, huele un poco a naftalina. Según el diccionario de la RAE, el honor es la cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo. Cumplimiento de deberes, respeto del prójimo e incluso de uno mismo, son palabras devaluadas en la cultura occidental actual, donde las tendencias apuntan hacia los derechos, el respeto del prójimo vía ONG y la ruptura del código de conducta como el camino más rápido hacia el éxito.

Sin embargo, vengo observando desde hace varios años que todavía quedan personas que fundamentan su comportamiento social en el honor. Cada vez son menos, y además, son tachadas de candorosas y fácilmente subyugables por el patrón de comportamiento dominante, y es por eso que quiero ensalzar esta cualidad, hoy extraña y en desuso.

Asimismo, el honor deja huella. Se trata de una huella discreta pero reconocible por aquellas personas tocadas por esta cualidad. Al igual que la intuición funciona como mecanismo de defensa, de supervivencia para alertarnos sobre lo que hay debajo de un rostro, o de un cuerpo, también existe un sexto sentido que capta cuando dos personas se encuentran en el mismo registro moral y obedecen el mismo código de honor. Cuando los códigos cuadran, las dos personas pueden abrirse tranquilamente sin temor a ser traicionadas, y podemos decir que los cimientos de la amistad entre estas dos personas han sido puestos.

Vayamos ahora al caso de España, simplemente porque lo conozco en primera persona. No me atrevo a abarcar a Portugal, Italia o Grecia, aunque mucho me temo que la situación es la misma. Yo creo que dentro de la órbita de los países que podemos considerar más o menos civilizados, es donde más en desuso ha caído esta forma honorable de ver la vida. En España ya no se habla de deberes sino que en todo caso debemos granjearnos el respeto, exigiendo que se cumplan nuestros derechos. Pero es que ya no nos respetamos ni a nosotros mismos, haciéndonos acreedores de un comportamiento más cercano al egoísmo rastrero que a un código del honor.

Por el contrario, qué reconfortante sentimiento de familiaridad siento cuando viajo a Alemania o Japón. Aquí, mi nivel de alerta baja bastante y es porque ya conozco el manual del comportamiento social. En estos países, con su idiosincrasia que no entro a valorar, el código del honor sigue vigente. Todos lo conocen, todos lo aceptan y lo ponen en práctica. Supongo que para eso, las personas deben respetar a la colectividad que les rodea, cosa que claramente no sucede en España, donde el concepto del honor debemos dejarlo sólo para entender a Don Quijote.

1 comentario:

carles p dijo...

Cundo se da una desestructuración social los valores van por el mismo camino que otros conceptos que también parecen haberse extinguido en nuestras latitudes: la elegancia, la complicidad, los principios, las inquietudes, la clase. Y que no se me malinterprete, no estoy afirmando esto desde ninguna posición política particular. La verdadera querencia hacia uno mismo y hacia el prójimo nada tiene que ver con el orgullo del niño interior herido ni la discriminación positiva hacia los inmigrantes; todo eso no son más que desequilibrios internos mal compensados.