Dicen
los grandes maestros que el camino hacia la iluminación está en las cosas
mundanas de nuestro día a día.
Y
ciertamente, cuando uno se dedica a limpiar y ordenar exteriormente, también lo
hace interiormente, y me explico.
A
veces, cuando nos embarcamos en lo que nos parece el gran viaje de nuestra vida
en busca de la paz interior y la conexión con el cosmos, nos revestimos
equivocadamente de un halo de solemnidad a la altura de la elevada meta que
perseguimos. Sin embargo, ese no es el camino y el problema es que nunca lo
sabremos hasta alcanzar el tan ansiado grado de sabiduría e iluminación.
Precisamente, porque estamos a oscuras, necesitamos un maestro que nos guie y
nos haga saber que los senderos hacia una vida plena no están adornados de
oropeles y amenizados con música celestial. Los caminos de vida son aquellos
humildes senderos que recorremos todos los días, casi sin darnos cuenta en
piloto automático, y que por su cotidianidad parecen desprovistos del mínimo
atisbo de poder transformador.
Es
precisamente, cuando te dedicas a mantener la homeostasis de la vida,
humildemente, sin mayores pretensiones, cuando entiendes el secreto de la
plenitud. Es cuando te das cuenta de que la plenitud se construye con ladrillos
tan minúsculos que resulta muy difícil extrapolar el resultado de ir colocando
pacientemente aquellas minúsculas piezas.
Este
comportamiento es bien conocido en los monasterios de mojes meditadores.
Aquellos afortunados monjes que han sido asignados a la cocina son
habitualmente los primeros en llegar a la cima del “satori”.
A base
de limpiar cada fin de semana, prestando cada vez más atención a los pequeños
detalles, a los pequeños rincones, y escuchando música de Julio Iglesias, yo he
descubierto el camino que ensalza el valor de la vida. Son todas esas pequeñas
hojitas con las que luego podremos montar el árbol, y cuantas más hojas, más
frondoso. Y lo más gracioso es que esas ramitas y hojitas siempre van a estar
al alcance de nuestra mano. Siempre las vamos a poder coger a pesar de la
enfermedad o la desgracia. La vida siempre nos tiende la mano para seguir
respirando y si ponemos el foco en eso que parece insignificante, respirar,
hacer la comida, limpiar, contemplar, finalmente descubrimos que de eso se
trata y lo demás son utópicas fantasías.
¡Y mira
que es fácil! Y lo claro que lo tienen todos los seres vivos de la creación,
pero sin embargo, el ser humano tiene la perniciosa tendencia a construirse una
realidad llena de fantasías mentirosas porque el presente no le satisface.
Tanta atención plena y mindfulness, y resulta que estamos todo el tiempo
pidiendo explicaciones, justificaciones y argumentos para vivir. Si tuviéramos
la humildad de una hormiga, alcanzaríamos la iluminación instantáneamente,
sentiríamos de forma inmediata, sencilla y sin necesidad de explicaciones, la
conexión con el Universo.
Nuestra
capacidad de raciocinio nos da aparente ventaja a la hora de adaptarnos al
medio y sobrevivir pero también presenta un reverso tenebroso y desadaptativo,
es decir, sólo queremos vivir la vida que nos imaginamos como digna de ser
vivida. Y ahí es cuando nos desviamos y empiezan las depresiones y la pérdida
de plenitud.
Observa
un perro, un gato, un árbol, y haz lo que hacen ellos. ¡Ya tienes maestro!