Yo
estaba equivocado y pensaba que las cosas, todos los objetos, tienen un valor objetivo
intrínseco. Y, de hecho, yo pensaba que el mercado habitualmente pervertía el
valor “real” de las cosas, adulterándolo e inflándolo de forma artificial en
una especie de farsa teatral que por desgracia tenía unos efectos nada
teatrales, sino muy reales, sobre las personas.
Pero es
que resulta que, al igual que el bien y el mal son conceptos totalmente
subjetivos, el valor de las cosas materiales también es totalmente subjetivo,
es decir, no depende del objeto en sí, sino del sujeto que posee, compra o vende
ese bien material. Lo explicaré con un ejemplo gráfico que despejará todas las
dudas. Vamos a intentar ponerle precio a un “vaso de agua”. Si nos encontramos
en el desierto y vamos muy escasos de agua durante un mes, ¿qué vale un vaso de
agua? Pues quizá pagaríamos un millón de euros por ese vaso. Y, sin embargo, si
estamos cómodamente instalados en nuestro hogar y estamos bien alimentados e
hidratados, ¿qué vale un vaso de agua? Pues posiblemente nada. Por tanto, queda
claro que el vaso de agua no tiene un valor intrínseco sino que es la necesidad
la que le pone el precio.
Ahora
que tenemos claro que las cosas tienen un valor subjetivo, podemos avanzar
hacia el siguiente peldaño de razonamiento. ¿Qué determina entonces el valor,
el precio, de las cosas? Pues la respuesta que ya asomaba en el párrafo
anterior y que ahora hago explícita es la “ley de la oferta y la demanda”. Es
decir, es el mercado con su dinámica natural el encargado de adjudicar un
determinado valor a las cosas. Y por supuesto, el mercado se da cuenta de que
para conseguir un buen precio tiene que trabajar sobre las mentes de los
sujetos, ya que el valor de las cosas es subjetivo, como hemos dicho. Y ahí, es
cuando entra de pleno, el marketing, la propaganda, la publicidad que es un
elemento central en el funcionamiento de la dinámica del mercado.
Llegados
a este punto, creo que es el momento de reconciliarnos con esta parte del
mercado que siempre ha tenido muy mala presa. El marketing, la publicidad siempre
han sido considerados como un engaño, como las artimañas que usa el embaucador
para colocarnos un determinado producto que quizá ni necesitemos en realidad.
Sin embargo, el marketing no es más que el instrumento que tiene el mercado
para ajustar el balance oferta-demanda y, por tanto, poner un precio a una
determinada cosa. A veces, la propia realidad ya hace la mayor parte del
trabajo en la determinación del equilibrio oferta-demanda. Por ejemplo, si
construyo una fuente en el desierto está claro que habrá mucha más demanda que
oferta y, por tanto, el agua que mane de esa fuente será necesariamente cara.
Pero en otras ocasiones, es necesario “vender” el producto, es decir, explicar
porque un posible comprador debería comprarlo en base a sus maravillosas características
que quizá no son visibles a simple vista.
Una vez
comprendido esto, podemos empezar a dejar de odiar el comercio y cosas como la
bolsa o los empresarios que se hacen ricos vendiendo algo que la gente
realmente necesita.
Hasta
el momento, básicamente he explicado el funcionamiento del mercado desde un
punto de vista liberal, es decir, sin coartar la libertad de las personas que
acuden al mercado, sin intervenir el mercado. Sin embargo, llegados a este
punto me sale la pizca socialdemócrata que tengo y pienso que hay determinados
objetos que sí deberían tener un precio regulado por ser necesidades esenciales.
Es decir, que para mí, un gobierno estaría autorizado a sacar del juego del
mercado determinadas cosas que sus paisanos necesitan para vivir. Y aquí,
empieza el problema serio, el determinar que es esencial para vivir. Algunos podrían
decir que cosas esenciales para vivir son el pan como alimento básico
representativo, la educación, la sanidad, la vivienda. Sin embargo, otros dirán
¿la vivienda, qué vivienda? ¿Es correcto que un gobierno fije el precio de la vivienda
en venta o en alquiler? Me parece un exceso, sólo sería aceptable, en mi
opinión, regular una parte del mercado con un tipo de viviendas muy concretas
destinadas a un tipo de personas muy concretas. En definitiva, cuando empezamos
a tocar el mercado estamos jugando con fuego y la delicada línea que protege el
buen funcionamiento del mercado y, por tanto, de la economía.
¿Y si
analizamos el precio de la sanidad? Vamos a entrar someramente en la siempre
escabrosa intersección entre el mercado y la salud. Las empresas farmacéuticas producen
cosas llamadas fármacos que de nuevo tienen un valor subjetivo. ¿Qué vale un
fármaco eficaz contra la psoriasis para una persona que padezca esta enfermedad
en grado severo? Sin lugar a dudas, tiene mucho valor. Pero para una persona
que no padezca psoriasis y nunca la vaya a padecer, ese mismo fármaco no vale
nada. O sea, que los fármacos también tienen un valor subjetivo sujeto, por
tanto, a la acción del marketing. Ahora la pregunta que podemos hacernos es ¿cuánta
cantidad de marketing necesita una determinada compañía farmacéutica para
existir? En este sentido, yo distingo dos tipos de empresas, dos modos de
obtener beneficios económicos basados en la salud. Están las empresas que creen
en la investigación científica y buscan fármacos que mejoren la vida de las
personas sin olvidar que su motivación siempre será lucrativa. Y están las
empresas con un perfil de I+D bajo, es decir, no muy convencidas de la creación
científica de valor. En este caso, el departamento de I+D es más bien un
adjunto al departamento de Marketing, es decir, aquellos científicos son
necesarios no para producir fármacos que curen enfermedades sino para propiciar
una buena reputación que indudablemente aumentará el valor de la empresa.
Bueno, como hemos visto, todo encaja en la dinámica mercantil siempre que esos
científicos tengan claro que su trabajo es mera propaganda.
Después
de estas dos incursiones en terreno minado, vivienda y salud, creo que voy a
retirarme prudentemente al rincón de pensar durante un ratito como penitencia.