Dice
el dicho popular que la perfección no existe pero parece más un mantra
hipócrita para justificar nuestros errores que una creencia verdadera.
Sin
embargo, me he propuesto en esta entrada demostrar ontológicamente que la
afirmación de que la perfección no existe es rotundamente cierta.
Dice
la RAE respecto de la perfección que es aquello que tiene el mayor grado
posible de bondad o excelencia en todas sus cualidades. Es decir, lo perfecto
es aquello cuyas características o cualidades alcanzan el grado superlativo,
infinito de bondad o excelencia. Y aquí está el trampantojo que analizado con
detenimiento vemos que escapa al mundo físico. Volvemos a encontrarnos con el
concepto infinito, ya comentado en anteriores entradas, en este caso
funcionando como el adjetivo que acompaña a una determinada cualidad o característica
del objeto.
Así,
lo perfecto escapa al mundo tangible y pasa a ser un concepto abstracto, una
entelequia que sólo puede ser imaginada, soñada pero nunca medida o contrastada
mediante los sentidos. El objeto concreto siempre estará de camino hacia su
perfección que se encuentra infinitamente lejos y por tanto, es inalcanzable
por definición. Todas sus cualidades deben situarse en su grado infinitamente
superlativo, es decir, que el objeto nunca sería perfecto ni tan siquiera si
fuera posible alcanzar una cualidad perfecta en detrimento de las otras.
Dicho
esto, creo que ha quedado claro que, aunque sea de carambola, el dicho popular
está en lo cierto y cuando hablamos de perfección nos estamos refiriendo a la
ensoñación de lo que encontraríamos al final de un camino infinito de
superación y mejora.
Y es
ahora cuando sale a relucir el problema. El problema consiste en el absoluto
deleite que siente nuestro celebro con la perfección, con la simetría, con el
orden de las cosas. Tenemos una inclinación casi patológica a buscar la
perfección en todo aquello que hacemos. Cuando percibimos que algo está bien
hecho, “perfecto”, nos inunda una ola de placer basada en la adaptación, el
modelaje del medio, del entorno a nosotros y no al revés. Somos felices cuando
conseguimos retorcer la realidad que nos rodea para encajarla en nuestros
esquemas de perfección y entonces, estamos tranquilos, satisfechos con el
trabajo bien hecho.
Pero
como he dicho, la perfección no existe en el mundo tangible, así que cuando
intentamos cargar la suerte y someter a un examen más profundo nuestra obra,
pedirle un mayor nivel de detalle, vemos como la soñada perfección se nos
escapa entre las manos y nos resulta esquiva por mucho que nos esforcemos. Quién
no ha colgado un cuadro y luego a pasado largo tiempo mirando si estaba torcido
o recto, corroborando además que los sentidos nos engañan y que lo que parecía
recto ayer, parece torcido hoy mirándolo desde otro punto de vista. Al final,
acabamos aceptando que lo realizado ya está “suficientemente” bien y esto nos
provoca una tremenda frustración.
Es
decir, vivimos la vida persiguiendo un sueño inalcanzable en todo aquello que
realizamos y observamos y esto nos hace tremendamente infelices. Lo que sucede
es que estamos errando en nuestro mecanismo de adaptación al medio, fijamos
nuestra percepción subjetiva de las cosas e intentamos modular, adaptar esas
cosas a nuestra concepción de lo que deberían ser. En contraposición, lo que deberíamos
hacer para adaptarnos al medio seria modificar nuestra perfección subjetiva
para adaptarla a cómo son las cosas o cómo las percibimos nosotros y dejar de
perseguir fantasmas supuestamente perfectos pero totalmente irreales. Si así lo
hiciéramos, seriamos mucho más felices dejando que las sensaciones, emociones,
sentimientos y pensamientos que nos causa la realidad que nos rodea, pasasen
sin resistencia a través de nosotros, fluyeran con total aceptación por nuestro
ser interior.
Y de
hecho lo vemos. Vemos como las personas “sin manías” son más felices, se
adaptan a lo que les viene dado, todo lo consideran normal y natural y por
tanto aceptable. Y sin embargo, las personas con una componente más obsesiva,
no pueden deshacerse de la desazón que les causa ver que las cosas no son o no
están como a ellos les gusta, no están perfectas, vamos. ¡Qué cantidad de
tiempo perdemos todos, en mayor o menor medida, luchando contra la realidad en
lugar de aceptarla tal y conforme viene!
Por
otro lado, la actitud de dejarse llevar es fácil de decir pero difícil de
conseguir. Las culturas orientales llevan milenios practicando mientras que aquí,
en el occidente, siempre hemos intentado transformar la realidad en base a
nuestro egocentrismo. Así nos va, cuanto más compleja es la realidad, más
llenas están la consultas de los psicólogos de frustraciones y sueños
inalcanzados que parecían perfectos.