No sé
por qué, últimamente me seducen extraordinariamente los escenarios
post-apocalípticos. Me imagino formado parte de un grupo de supervivientes en
un planeta Tierra desbastado por alguna plaga y teniendo como única meta llegar
al final del día. Es una idea agradable, ilusionante, enriquecedora, atractiva
que a veces me llevo a la cama con la idea de fantasear con ella mientras cojo
el sueño. Y la verdad, ¿no sé porqué me resulta tan reconfortante esta idea?
Por
eso, he intentado reflexionar un poco sobre ella con el fin de descubrir que se
esconde tras estos deseos de arrasar la Tierra para poder empezar de nuevo.
Quizá
se trata de un ansia de rebelión contra toda la sofisticación y superficialidad
que la raza humana ha sido capaz de construir alejándose cada vez más de los
principios simples que rigen la Naturaleza. Quizá es un grito de auxilio contra
esta ajetreada vida que nos hemos impuesto y que nos aleja de nuestras serenas raíces
naturales.
Me
imagino que tras haber salvado la vida en el apocalipsis, quedaríamos unos
cuantos con ganas de empezar de nuevo, de hacer borrón y cuenta nueva, de
eliminar todo lo malo de la sociedad para quedarnos solo con lo bueno. Volveríamos
a la madre tierra para obtener nuestro sustento, y gestionaríamos los dañados
recursos de una manera ecuánime y responsable para volver a crear un entorno
que pudiera acoger de nuevo una vida humana digna. Ya no servirían las reglas,
ni las leyes actuales pero se tendrían que establecer unas mínimas normas de
convivencia basadas en el vive y deja vivir. Ya no existirían las religiones
porque muy pocos creerían en un dios que ha permitido un apocalipsis de tales
dimensiones. No existiría el dinero, ni la economía, ni las bolsas, el valor de
las cosas se mediría por otra escala. No existirían tampoco las élites
dominantes ni las sociedades oprimidas, todos seriamos iguales todos
renivelados de nuevo. Sólo quedaría el ansia por vivir, por empezar de nuevo
por desprenderse de todo lo supletorio y dedicarse íntegramente a lo importante
de la vida que en realidad es tan sencillo como vivir como un ser vivo más de
la madre Naturaleza.
Por
supuesto, siempre habría individuos e individuos, y quizá rápidamente se establecerían
de nuevo roles, unos dominantes, con aspiraciones a liderar y otros más
sumisos, con misiones más cercanas a ser obreros, artesanos, creadores de
bienestar.
Todas
estas imaginaciones me acarician la mente, sintiéndome muy protagonista porque
todos los supervivientes seriamos protagonistas de nuestra historia, con cada
acto, con cada palabra. La vida directamente en nuestras manos y no gobernadas
por los designios de lejanas elites de poder que no llegamos ni a imaginar.
Sin
embargo, quizá todo esto sólo responde a mi natural rebeldía iconoclasta y de
tintes anarquistas. Por eso, al gobierno sólo le pido una cosa, que me deje
tranquilo, que su función se haga invisible y me deje medrar a mis anchas. Por
eso tengo un cierto sentimiento de rechazo a los símbolos de la tribu, no me identifico
con nadie, me siento apátrida, no me gusta la Unión Europea que siento llena de
hipocresía, y no me gustan las Naciones Unidas llena de intereses creados desde
la Segunda Guerra Mundial.
Creo
estar llegando al núcleo de mi querencia apocalíptica, es duro caminar solo por
el mundo pero es más auténtico y me parece que por ahí van mis tiros. So pena
de haber caído en los populismos que arrasan actualmente el planeta, mi
auto-psicoanálisis me ha llevado a esta conclusión: ¡soy un anti-sistema!