Hablar
sobre un mes del año puede parecer trasnochado y poco original. Sin embargo, me
he decidido a explicar las sensaciones que me provoca junio en un contexto
emocional y emocionante porque siempre ha sido un mes especial.
No
sólo es el mes en el que nací hace 47 años, es el mes de las metas, de los
desvelos y de los anhelos. Recuerdo las calurosas noches de junio hincando
codos para sacar los múltiples exámenes al calor del flexo. Recuerdo aquella
sensación de cosquilleo al ver acercarse la meta pero sabiendo que todavía
quedaban obstáculos en el camino antes de alcanzar la felicidad estival.
Recuerdo mi esfuerzo sacando fuerzas de flaqueza mientras me asomaba por la
ventana de mi habitación con la intención de capturar algo del aire fresco de
la noche para seguir empollando las lecciones, ¡ay, los temidos exámenes finales!
Había llegado hasta rezar pidiendo a Dios que me ayudara a aprobar alguno de
los muchos exámenes que se concentraban en pocas semanas, en aquella época en
la que era más creyente que ahora.
Y
luego las notas, las intuiciones sobre los posibles resultados de los exámenes que
me podían alzar hacia el Olimpo de los aprobados o hacer caer en el abismo de
septiembre. Qué curioso, ahora que menciono septiembre, qué diferentes
sensaciones y recuerdos me trae en comparación con junio. Septiembre tiene una
textura emocional totalmente diferente que quizá comentaré en otra ocasión.
Volviendo
a junio, todo en él es cambio, el curso, el clima que nos aboca al cegador e
indolente julio, la fiesta de San Juan donde ofrecemos a la hoguera todo
aquello que nos ha acompañado durante el largo invierno y quedamos desnudos y
limpios para empezar de nuevo. El calor del sol, del fuego, de los petardos, de
los flexos. El solsticio y las caricias de las olas del mar que comienzan a
rozar nuestros pies, y el anhelado sentimiento de libertad vacacional. ¿No os
ha pasado nunca que los días previos a las vacaciones son vividos con más
júbilo que los propios días de asueto? A veces, lo que está por venir genera un
sentimiento ilusorio más gozoso que el que sentimos cuando por fin vemos
satisfechas… o no nuestras expectativas. Y eso es junio, ilusión y cambio. Para
mí siempre a representado un renacer, dar un paso más hacia el crecimiento
personal. De hecho el nombre de este mes parece provenir de la diosa romana
Juno, diosa de la maternidad, que representa lo joven, lo juvenil.
Buscando
un símil que me permita explicar que es para mí el mes de junio, no se me
ocurre nada mejor que el de un funambulista cruzando de un extremo a otro de la
cuerda floja, pisando con cierta inseguridad, sintiéndose protagonista de su
propia vida, acariciando con las yemas de los dedos el éxito de la función pero
mirando de vez en cuando hacia abajo con recelo. Junio representa la eclosión
del verano, de los frutos cultivados durante todo el año, es el tiempo de
empezar a recoger la cosecha, que a veces por desgracia es abundante en
calabazas.
Os
dejo con ese cosquilleo tan especial que se siente en este mes, el mes de la
consagración de la primavera.