Llegan como pedacitos de papel
mojados a las orillas de nuestras casas, papeles quemados, trocitos de ilusión
triturados por las fauces del monstruo que vive en Siria. Esa inmunda criatura,
criminal y ególatra, que mastica sin parar el futuro, los futuros de todos,
también el de Europa, es un gran demonio, el demonio humano desatado, suelto y
zascandileando por la Tierra ante la mirada bobalicona de los occidentales
orondos y desalmados.
¡Muerte, muerte, muerte! Eso llega a
nuestras costas en forma de inocencia segada, dulzura, candor, ganas de jugar y
la completa incomprensión de lo que está pasando.
Al otro lado queda desgarro inmenso,
herida sangrante que nunca cerrará, y deseo de no haber nacido.
Otros, más osados, se atreven a
golpear las puertas de nuestras casas pidiendo cobijo pero suelen encontrar un
dedo señalando el camino de vuelta.
El demonio está suelto en Siria, los
bandazos de su cola matan niños que se derraman por el Mediterráneo como
regalos del infierno. El Mediterráneo, un mar anciano que ya no está para estos
trotes, y que está harto de entregar muertos que escapaban de la muerte.
¿Quién se atreve a matar al monstruo?