Desde el comienzo de la crisis integral que azota a
la humanidad, hace ya más de un lustro, una de las cosas que, a mi entender, se
encuentra en el ojo del huracán es el concepto de frontera. Hemos entendido por
fin en qué consistía eso de la “globalización” asistiendo al estremecimiento
del todo el planeta, hemos contemplado grandes movimientos migratorios de
personas y de capitales, y hemos entendido por fuerza conceptos empresariales
como la deslocalización.
En definitiva, las fronteras han sido pulverizadas,
la confrontación de bloques se ha micronizado y los grandes recipientes
contenedores de una forma de ser y de pensar han saltado hechos añicos en
virtud de la fría lógica de los mercados financieros. De esta forma, inversores
anónimos situados en cualquier punto del planeta han tenido en sus manos el
destino de miles de personas radicadas en las antípodas de este, nuestro
planeta, que ya parece que empieza a quedarse pequeño.
Las grandes civilizaciones de la historia, que
tradicionalmente habían atesorado el testigo del saber y del progreso hasta que
agotadas lo entregaban a la siguiente civilización emergente, han quedado ya
como cosa del pasado, y ahora, es el planeta entero el que se rinde y desearía
entregar el testigo para que alguien con pujanza renovada lo llevara a buen
fin. Pero ese alguien no aparece y probablemente habremos de enfrentarnos a
nosotros mismos, para morir y ser capaces de nacer de nuevo a otro tipo de
vida.
Ahora más que nunca, siento que somos ciudadanos
del mundo, de un mundo global por el que deambulamos con tan sólo una maletita
donde guardamos nuestras señas de identidad, nuestro hecho diferencial con
respecto a los otros seres humanos.
La necesidad, la búsqueda desesperada de trabajo,
la prima de riego, los mercados financieros y los jinetes del apocalipsis
sanitario, entre otros condicionantes, aplanan nuestra forma de ser para
dejarnos homogéneos, más desnudos que nunca, todos iguales ante el implacable
destino. Ya no hay cabida para florituras superficiales armadas con miles de
euros o dólares, el juego de la moda se ha reducido a un hecho que siempre está
de moda y que no es otra cosa que el tener algo que llevarse a la boca.
Pero a pesar de todo ello, es curioso comprobar
como algunas personas todavía se afanan en preservar su hecho diferencial, y
ponerlo como el estandarte que les conducirá hacia la salida de la crisis. Por
esta razón, se esfuerzan por volver a repintar las fronteras, por remarcar la
diferencia, por gritar que no todos somos iguales y que aquí las cosas se hacen
de otra manera. Repiten este salmo de manera compulsiva esperando una salida al
final de ese fervor patrio.
Yo no estoy en contra de la corriente identitaria
antiglobalización, por supuesto que es mejor que la deshumanización global a la
que nos somete el yugo de la crisis. Es muy posible que necesitemos saber
quienes somos para poder salir de esta crisis aunque he de reconocer que me
faltan partes del guión, es decir, no veo el final del camino. Tampoco lo ven
los políticos que proponen la diferencia pero supongo que sienten la fuerza de
su propia convicción y esto les alienta eficazmente.
Por otro lado, yo abogo por recuperar otra patria
perdida, la de la ética, la de los valores HUMANOS. Una parcela que hay que
buscar ciertamente en nuestro interior, en lugar de hacer crecer la altura de
muros y vallas. Me gustaría considerarme, a mi mismo y a mis conciudadanos,
como habitantes del País de la Ética. La ÉTICA, que también es universal, como
decía Kant, pero que cristaliza en millones de formas diferentes cuando la
aplicamos a nuestro día a día. No nos proporciona inmediatamente ese placentero
sentimiento de pertenencia al grupo, que sí nos da ser forofos de un equipo de
fútbol o votantes de un partido o nacionales de un determinado territorio, pero
con el tiempo, sí que acabas desarrollando un sentido de pertenencia a un grupo
de personas, las que obran bien, personas que brillan en cuanto te acercas un
poco.
Huyamos de esa manía tan nuestra de clasificar,
producto exclusivo del miedo y mecanismo de defensa,... este lo pongo en el
grupo de los amigos, este en el de los enemigos. Si dejamos el miedo atrás y no nos encerramos en nuestras casas,
seremos capaces de confiar y la chispa volverá a saltar construyendo una nueva
sociedad, no precisamente con ladrillos, sino basada en el civismo.
¡Yo quiero ser ciudadano del país de la ética!