Iván
siempre se había preguntado el porqué de esa trampilla cuadrada de unos 50 cm
de lado que al fondo de su cuarto de baño rompía la estética de la pared de la
ducha. No molestaba demasiado pero había quedado en el saco de las cosas a aclarar
esperando que un día llegase la respuesta a su enigmática función. Después de
la revitalizante ducha matinal, desayunó y se marchó al trabajo donde le
esperaba un día ciertamente pesado.
Concluida la monótona jornada
laboral, por fin llegó el ansiado momento de volver a casa. Aquel día lluvioso,
Iván percibió un aire distinto al salir de la oficina. Quizá era esa mezcla de
aromas que se desprende del suelo mojado cuando la lluvia actúa a modo de
elixir vaporizando las sustancias que de otra forma hubieran sido demasiado
pesadas para llegar a nuestras narices. Lo cierto es que hasta la luz tenía una
tonalidad especial, ya que al gris plomizo de la borrasca se le añadían
destellos anaranjados que parecían provenir de una luz crepuscular más propia
de la primavera.
Quizá fue una decisión inconsciente,
ir caminando a casa con la que estaba cayendo, pero necesitaba respirar un poco
de aire exterior lixiviado por todo un día de lluvia. Se ajustó el cuello del
anorak y la capucha, y comenzó a caminar intentando sortear los charcos
diseminados por doquier. La indumentaria y la condición climatológica le
hicieron adoptar una actitud cabizbaja, como de sumisión, sin dejar de mirar al
suelo para evitar caer en un aguazal, cuando de pronto, sintió una sensación extraña
que le hizo levantar la cabeza. Se había metido en una especie de callejón que
no reconocía a pesar de que frecuentemente volvía a casa caminando desde la
oficina. Era bastante angosto y estaba lleno de ajados cajones de madera que
evocaban un uso industrial de la calle. Asimismo, el olor era bastante
nauseabundo, entre quemado y descompuesto, lo cual provocó que la sensación de
aturdimiento creciera por momentos.
Mientras su mente se revolvía entre
las cenagosas aguas de la confusión, hubo algo que le devolvió rápidamente a la
realidad en estado de alerta máxima. Los ladridos roncos y profundos de dos
perros que se dirigían a gran velocidad hacia él, le provocaron una descarga
tal de adrenalina que su cerebro estuvo a punto de la parálisis por colapso. En
la rápida mirada que echó hacia atrás le pareció que sus perseguidores pertenecían
a la raza Rottweiler, nombre que siempre le había evocado algo así como asesino
despiadado en alguna lengua bárbara.
No tuvo otra opción, ¡correr!, hasta
toparse con el elevado muro de ladrillo que remataba el culo del callejón,
¡estaba perdido!
En esas décimas de segundo que en
momentos de seria amenaza parecen horas, pudo detectar por el rabillo del ojo
derecho un estrecho ventanal a ras de suelo en uno de los viejos edificios que
delimitaban el callejón. Carecía de las vidrieras correspondientes, así que,
cuerpo a tierra pudo deslizarse rondando dentro de aquel húmedo sótano antes de
que los canes hicieran presa, y luego taponar aquella entrada. Ciertamente, a
Iván le resultó extraña la aparente torpeza o lentitud de los dos perros en el
último momento, como si hubieran desistido motu propio de entrar en aquel
edificio.
Superada la acuciante amenaza, Iván
echó una mirada de reconocimiento de 360 grados para comprobar con cierta
preocupación donde se había metido. Y lo más curioso y exasperante al mismo
tiempo es que no recordaba que existieran unas instalaciones industriales
abandonadas de tal magnitud en su barrio de reciente creación. ¡Dónde narices
estaba!
La luz era tenue pero suficiente como
para no tropezar con los innumerables objetos metálicos oxidados que se
encontraban esparcidos sin orden por la estancia y que, sin saber muy bien
porque, le recordaban a la estética de la vieja Unión Soviética.
Comenzó a caminar buscando una
escalera para salir de aquel infierno húmedo y pestilente. Tropezó un par de
veces con viejos dinamos oxidados mientras se fijaba en las extrañas manchas de
hollín, óxido y humedad que engalanaban las paredes. Al fin llegó a alcanzar el
carcomido pasamanos de lo que parecía una escalera de ladrillos cuyos escalones
habían sido limados por el paso del tiempo adquiriendo más bien el aspecto de
una rampa. Iván ascendió por ella para alcanzar el piso superior donde había
mayor claridad a pesar de que el escenario no mejoraba sustancialmente.
El emparrillado que constituía las
vidrieras se encontraba ennegrecido y lucía muchos huecos por los que pasaba
libremente el aire. Los marcos de madera presentaban unos escasos jirones de
pintura azul que mostraban antiguos esplendores. Al fondo, unas mesas de
trabajo que por alguna extraña pirueta del destino habían acabado siendo el
lugar del eterno reposo para una bota de trabajo desacordonada. Extrañas cubas
metálicas fuera de sus soportes de giro, cables quemados por el suelo y un
sistema de tuberías que recorría el techo en forma de ele con algunas llaves de
paso por las que rezumaba todavía algún líquido de naturaleza desconocida. Todo
ello cubierto por la pátina de polvo y mugre del olvido. El sonido de sus
pasos, crepitante al caminar sobre el lecho de vidrios rotos y piedrecitas que
cubría toda la planta, se mezclaba con el goteo intermitente y los apagados
gruñidos de los perros provenientes del sótano.
Una gran plancha metálica apoyada
sobre la pared del fondo parecía la puerta al nivel de la calle por lo que Iván
corrió hacia ella para poder escapar de aquella atmósfera asfixiante y absurda
en la que se encontraba inmerso. Aquello era efectivamente la puerta pero no
pretendía moverse ni un centímetro como pago por el poco cuidado que se le
había dispensado.
¡Desesperación!, cómo podía estar
pasando esto.
La tonalidad de la luz se hacía cada
vez más mortecina por lo que Iván se vio compelido a seguir subiendo para
tratar de encontrar algún tipo de solución a su situación.
En el piso superior, el panorama era
más o menos el mismo. En este piso los pájaros habían anidado entre el
entramado de tuberías que discurría por el techo. Tabiques interiores derruidos
y un fluorescente de extremos ennegrecidos colgando del techo por uno de ellos.
En una de las esquinas había un butacón parcialmente calcinado que acrecentaba
la sensación de turbación al estar tan fuera de conteIván se asomó a uno de los grandes ventanales que
se encontraba más esquilmado para tratar de recomponer su situación desde las
alturas pero justo en ese momento, oyó el ronco ladrido de los perros que
ascendían a gran velocidad desde el sótano. Un sudor frío le heló la sangre
mientras recogía del suelo una barra maciza de hierro. Con el contundente
objeto en la mano corrió hacia el fondo de la planta donde parecía haber un
horno encastado en la pared con una portezuela de 50 cm x 50 cm.
Los agresivos canes arrancaban la
carrera ya sorteando los objetos de la planta superior e Iván en un último
intento a la desesperada trató de abrir la portezuela metálica para parapetarse
tras ella. Dentro estaba muy oscuro pero no dudó en penetrar hacia el interior
mientras sujetaba la portezuela tras de si. El hueco era como un nicho
terminado con una trasera por la que se filtraba una pequeña ranura de luz.
La trampilla trasera saltó de una
patada e Iván apareció directamente sobre el plato de la ducha de su cuarto de
baño con el corazón latiendo desbocado.
La colocó
rápidamente en su sitio mientras se felicitaba aturdido por haber encontrado la
razón de ser de esa extraña trampilla metálica colocada sutilmente al fondo de
su cuarto de baño.