domingo, 19 de noviembre de 2017

Plenitud


Durante la tarde, las dudas se mezclaban con la inapetencia y la líbido rebotaba contra una especie de muro que crecía minuto a minuto a medida que se acercaba la noche del sábado. Con los años el salvaje instinto sexual había dejado paso a una serena interacción de pareja cargada de amor pero también de multitud de problemas y fricciones causadas por el discurrir de la vida.
Casi en el olvido quedaban ya épocas pretéritas en las que las más desatadas pulsiones sexuales eran satisfechas en los lugares más insospechados, a hurtadillas, sin medios físicos ni comodidades, ¡pero que importaba!
La aventura de lo desconocido, la exploración de los húmedos terrenos del cuerpo en los que jamás se había entrado con tanta profundidad, el autodescubrimiento de algo que siempre había estado ahí, esperando a ser desvelado y utilizado, suponían un atractivo sin par, casi desesperado, ávido, furioso.
Los años habían ido limando las aristas de aquella furia sexual, habían ido trazando mapas sobre la piel con caminos muchas veces recorridos, podríamos decir que habían usurpado el ingenuo contento de la juventud para trocarlo en algo en que primaba el sentimiento del amor por encima de la satisfacción física.
Por eso al llegar la noche, navegábamos en un mar de dudas que se extendía entre el sofá y la televisión sin acabar de decidirnos a buscarnos o no. Pero finalmente la chispa indecisa surgió y los primeros besos cubrieron nuestros labios despertando inmediatamente  el casi olvidado sentimiento lujurioso. El besuqueo incendió rápido la llama animal, ya casi olvidada, creando un extraño sentimiento de extraña familiaridad y se extendió rápido a otras zonas del cuerpo todavía cubiertas de ropa. La temperatura subía por momentos, las orejas rojas y los pies fríos constituían un coctel de claroscuros que todavía sembraba la sombra de la duda en nuestros impulsos. La situación no era tan obnubilante como para cegar nuestro sentido del ridículo y por eso, de repente, se produjo un parón, una reflexión de la mente racional que intentaba imponerse a al cerebro visceral y reptiliano.
Casi se fue todo al traste pero un acto de voluntad, de amor misericordioso, nos dio el ánimo, al menos por esta vez, para continuar con el juego amoroso y hacer que el ardiente sentimiento se extendiera por todo el cuerpo hasta calentarnos los pies. En ese momento, volvimos a besarnos, quizá de forma más calculada que antes pero también más determinada y fue entonces cuando supimos que teníamos que abrir el melón, ¡ropa fuera ya!
La retorcida postura en la que se encontraban nuestros cuerpos no ayudó en absoluto en los trabajos para alcanzar la desnudez. Nos intentamos ayudar entre empujones y restregones sobre los brazos del sofá y algún que otro crujir de las costuras de las prendas sometidas a tanta tensión sexual. Los pantalones quedaron como adheridos a una de las piernas y algún calcetín se resistió a salir.
Por fin notamos la tersura templada de nuestra piel en contacto, un cuerpo sobre el otro, transfiriéndonos calor y las piernas entrelazadas con los pies que todavía seguían fríos. El torrente de besos se hacía cada vez más intenso, y húmedo mientras las manos se entrelazaban y los dos cuerpos iban lentamente convirtiéndose en uno solo, palpitante, trémulo, vibrante.
Como el vórtice de un tornado, recorrimos nuestros cuerpos explorando, devastando nuevas áreas de nuestra anatomía entrando lentamente en un frenesí sexual que nos llevaría al sagrado momento de la comunión entre dos seres.
De nuevo, las bocas se buscaron, las manos se entrelazaron y los sexos sucumbieron a una brutal atracción surgida de aquellos prolegómenos. La sensación de inundación corporal anegó los dos cuerpos, que se movían al unísono mientras entraban el uno dentro del otro y viceversa.
En aquel momento, ambos fueron conscientes de que habían encontrado la senda de la felicidad, esa que no necesita nada, que lo tiene todo y se contiene en sí misma. Tan solo se trataba de seguirla, de dejarse llevar montaña abajo mientras se apropiaban de su merecido festín sensorial.
En ese momento todo fue perfecto, la tensión justa para sostener el ritmo, sin prisa, sin cuestiones, sin justificaciones, sin reproches.  Ambos se sentían partícipes de la gran revelación del secreto de la vida y sentían que su objetivo en la Tierra estaba plenamente colmado. Habían vivido y vivían para ese momento absolutamente edificante. La sensación, casi indescriptible con palabras, les situaba en el centro del Universo en conexión total con la esencia del SER único proporcionándoles el sentimiento de plenitud absoluta.
Y de repente fueron devueltos a la mundana realidad, el latigazo de alta tensión cesó produciendo algo parecido a una atonía muscular y un sentimiento de alegre despreocupación les embargó después de la tormentosa borrachera. Se miraron con una sonrisa tonta en la cara mientras caían uno al lado del otro rendidos por el exceso de ejercicio físico.
La sensación de complicidad había sido increíble dejando un poso de tranquila felicidad compartida. Se quedaron mirando el techo desparramados sobre el sofá en un estado casi catatónico del que no hubieran querido salir nunca y sintiendo una curiosa sensación de… plenitud. 

1 comentario:

Lluís P. dijo...

Joan,
A los textos con contenido erótico les sucede un poco como a los humorísticos: son doblemente difíciles de escribir porque hay que evitar caer en soeces y su éxito depende mucho del estado de ánimo del lector. Creo que tu texto consigue lo primero de manera fácil, pero no atrevo a pronunciarme sobre lo segundo. Aunque la acción se sigue sin malabarismos mentales, he echado en falta un poco más de riesgo en la descripción de la situación, esto es, encontrar los adjetivos que hagan soñar al lector con el clímax de los protagonistas sin una descriptiva que ofenda. Tienes razón, muy fácil de decir, muy difícil de alcanzar. Como un ejemplo a lo que reivindico para este tipo de relatos, te recomiendo la lectura de “Deu pometes té el pomer”, del colectivo Ofèlia Dracs, un grupo de escritores que contribuyen cada uno con un cuento breve de temática licenciosa. Creo que este libro cumple con lo que te he comentado, saber describir sexo explícito sin caer en lo vulgar. Seguro que, finalizada su lectura, te volverás a animar a escribir sobre el tema. Por mi parte, estaré esperando tu estupendo relato.
Saludos,
Lluís