Durante
la tarde, las dudas se mezclaban con la inapetencia y la líbido rebotaba contra
una especie de muro que crecía minuto a minuto a medida que se acercaba la
noche del sábado. Con los años el salvaje instinto sexual había dejado paso a
una serena interacción de pareja cargada de amor pero también de multitud de
problemas y fricciones causadas por el discurrir de la vida.
Casi
en el olvido quedaban ya épocas pretéritas en las que las más desatadas
pulsiones sexuales eran satisfechas en los lugares más insospechados, a hurtadillas,
sin medios físicos ni comodidades, ¡pero que importaba!
La aventura
de lo desconocido, la exploración de los húmedos terrenos del cuerpo en los que
jamás se había entrado con tanta profundidad, el autodescubrimiento de algo que
siempre había estado ahí, esperando a ser desvelado y utilizado, suponían un
atractivo sin par, casi desesperado, ávido, furioso.
Los
años habían ido limando las aristas de aquella furia sexual, habían ido
trazando mapas sobre la piel con caminos muchas veces recorridos, podríamos decir
que habían usurpado el ingenuo contento de la juventud para trocarlo en algo en
que primaba el sentimiento del amor por encima de la satisfacción física.
Por eso
al llegar la noche, navegábamos en un mar de dudas que se extendía entre el
sofá y la televisión sin acabar de decidirnos a buscarnos o no. Pero finalmente
la chispa indecisa surgió y los primeros besos cubrieron nuestros labios
despertando inmediatamente el casi
olvidado sentimiento lujurioso. El besuqueo incendió rápido la llama animal, ya
casi olvidada, creando un extraño sentimiento de extraña familiaridad y se
extendió rápido a otras zonas del cuerpo todavía cubiertas de ropa. La
temperatura subía por momentos, las orejas rojas y los pies fríos constituían
un coctel de claroscuros que todavía sembraba la sombra de la duda en nuestros
impulsos. La situación no era tan obnubilante como para cegar nuestro sentido
del ridículo y por eso, de repente, se produjo un parón, una reflexión de la mente
racional que intentaba imponerse a al cerebro visceral y reptiliano.
Casi
se fue todo al traste pero un acto de voluntad, de amor misericordioso, nos dio
el ánimo, al menos por esta vez, para continuar con el juego amoroso y hacer
que el ardiente sentimiento se extendiera por todo el cuerpo hasta calentarnos
los pies. En ese momento, volvimos a besarnos, quizá de forma más calculada que
antes pero también más determinada y fue entonces cuando supimos que teníamos que
abrir el melón, ¡ropa fuera ya!
La
retorcida postura en la que se encontraban nuestros cuerpos no ayudó en
absoluto en los trabajos para alcanzar la desnudez. Nos intentamos ayudar entre
empujones y restregones sobre los brazos del sofá y algún que otro crujir de
las costuras de las prendas sometidas a tanta tensión sexual. Los pantalones
quedaron como adheridos a una de las piernas y algún calcetín se resistió a
salir.
Por
fin notamos la tersura templada de nuestra piel en contacto, un cuerpo sobre el
otro, transfiriéndonos calor y las piernas entrelazadas con los pies que todavía
seguían fríos. El torrente de besos se hacía cada vez más intenso, y húmedo
mientras las manos se entrelazaban y los dos cuerpos iban lentamente
convirtiéndose en uno solo, palpitante, trémulo, vibrante.
Como
el vórtice de un tornado, recorrimos nuestros cuerpos explorando, devastando
nuevas áreas de nuestra anatomía entrando lentamente en un frenesí sexual que
nos llevaría al sagrado momento de la comunión entre dos seres.
De
nuevo, las bocas se buscaron, las manos se entrelazaron y los sexos sucumbieron
a una brutal atracción surgida de aquellos prolegómenos. La sensación de
inundación corporal anegó los dos cuerpos, que se movían al unísono mientras
entraban el uno dentro del otro y viceversa.
En
aquel momento, ambos fueron conscientes de que habían encontrado la senda de la
felicidad, esa que no necesita nada, que lo tiene todo y se contiene en sí
misma. Tan solo se trataba de seguirla, de dejarse llevar montaña abajo
mientras se apropiaban de su merecido festín sensorial.
En ese
momento todo fue perfecto, la tensión justa para sostener el ritmo, sin prisa,
sin cuestiones, sin justificaciones, sin reproches. Ambos se sentían partícipes de la gran
revelación del secreto de la vida y sentían que su objetivo en la Tierra estaba
plenamente colmado. Habían vivido y vivían para ese momento absolutamente
edificante. La sensación, casi indescriptible con palabras, les situaba en el
centro del Universo en conexión total con la esencia del SER único
proporcionándoles el sentimiento de plenitud absoluta.
Y de
repente fueron devueltos a la mundana realidad, el latigazo de alta tensión
cesó produciendo algo parecido a una atonía muscular y un sentimiento de alegre
despreocupación les embargó después de la tormentosa borrachera. Se miraron con
una sonrisa tonta en la cara mientras caían uno al lado del otro rendidos por
el exceso de ejercicio físico.
La
sensación de complicidad había sido increíble dejando un poso de tranquila felicidad
compartida. Se quedaron mirando el techo desparramados sobre el sofá en un
estado casi catatónico del que no hubieran querido salir nunca y sintiendo una
curiosa sensación de… plenitud.
1 comentario:
Joan,
A los textos con contenido erótico les sucede un poco como a los humorísticos: son doblemente difíciles de escribir porque hay que evitar caer en soeces y su éxito depende mucho del estado de ánimo del lector. Creo que tu texto consigue lo primero de manera fácil, pero no atrevo a pronunciarme sobre lo segundo. Aunque la acción se sigue sin malabarismos mentales, he echado en falta un poco más de riesgo en la descripción de la situación, esto es, encontrar los adjetivos que hagan soñar al lector con el clímax de los protagonistas sin una descriptiva que ofenda. Tienes razón, muy fácil de decir, muy difícil de alcanzar. Como un ejemplo a lo que reivindico para este tipo de relatos, te recomiendo la lectura de “Deu pometes té el pomer”, del colectivo Ofèlia Dracs, un grupo de escritores que contribuyen cada uno con un cuento breve de temática licenciosa. Creo que este libro cumple con lo que te he comentado, saber describir sexo explícito sin caer en lo vulgar. Seguro que, finalizada su lectura, te volverás a animar a escribir sobre el tema. Por mi parte, estaré esperando tu estupendo relato.
Saludos,
Lluís
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