viernes, 10 de noviembre de 2017

La noche oscura


Menos mal que a cada día le sigue su noche, con su oscuridad que todo lo envuelve, que todo lo tapa y lo permite. La noche es benevolente, nos contempla y nos comprende en nuestras horas bajas cuando el cansancio y el sueño se adueñan de nuestra voluntad. La noche es ese paréntesis en el  que morimos y volvemos a nacer cada día con renovada energía, es el intervalo del descanso que insufla aire fresco en nuestra percepción del mundo y que nos hará ver las cosas con renovada mirada al día siguiente. Aunque no lo parezca, se producen muchos procesos durante la noche, nuestro cerebro no para de visualizar la secuencia de imágenes que conformaron nuestro día, e incluso nuestra vida, y con todo ese material amasa decisiones, nuevas perspectivas y nuevos caminos que emprender con las primeras luces del día.
La noche me reconforta, esconde mis actos con su gran manto de oscuridad y me lanza hacia el descanso, esas pequeñas vacaciones de unas horas que nos damos todos cada día, o mejor dicho, cada noche. Cada noche siento una suave y templada sensación que me acompaña a lo largo de mis horas de vigilia nocturna, a veces materializada en una taza de café caliente entre las manos y que de cualquier forma, me induce un dulcísimo sentimiento de acompañamiento quizá de todas las almas de los noctámbulos que como yo pululan en la noche.
Es cierto que la noche puede ser traicionera si se lo permitimos, si no estamos en paz con nosotros mismos. Si no aceptamos nuestro día tampoco aceptaremos nuestra noche. Las preocupaciones, los problemas no resueltos y las metas por superar pueden abrir la puerta al insomnio y negarnos el natural discurrir del descanso y la regeneración. Hay que saber manejar la noche, comprender su mecanismo y entender las reglas del juego si no queremos que nos juegue una mala pasada. No solucionaremos de forma racional lo que no pudimos atajar durante el día y el acelerar nuestro ritmo durante la noche no nos traerá nada bueno. Cada momento tiene sus reglas y debemos entenderlas y acatarlas si queremos disfrutar del momento en su justa medida.
De hecho, hay personas más preparadas que otras para sacarle partido a la noche. Son aquellos que se activan con la oscuridad y, sin embargo, adolecen de una tremenda pereza a la hora de levantarse por las mañanas. Yo creo que los noctámbulos tienen una estructura cerebral diferente, pertenecen a lo que se llama un cronotipo lento, es pura fisiología. A ellos les pertenece la noche, que para ellos representa un campo fértil y abonado que permite materializar sus sueños. ¡Qué mejor momento para escribir un relato! No hay un buen relato de terror que se precie que no haya sido escrito con nocturnidad y alevosía. Los noctámbulos son grandes soñadores que sueñan despiertos y que cada noche se niegan a reconocer que la bienvenida hipnagógica está a la vuelta de la esquina.
Asimismo, los noctámbulos empedernidos aman el otoño, como es mi caso, el triunfo de las tinieblas que van extendiendo su oscuro manto sobre las horas del día. Los días se acortan y la vida se hace nocturna por momentos. La Naturaleza se prepara para dormir pero todavía es tiempo de recoger los frutos maduros de los olivos y las vides, los granados y los kakis, los castaños  y los boniatos. Mientras se aproxima la noche del año, la vida se desarrolla íntima, introvertida, escondida, al tiempo que los mecanismos de regeneración vital se ponen lentamente en marcha. Este gigantesco anochecer es perfecto para mirarse hacia dentro mientras disfrutamos de nosotros mismos. ¡Me encanta el otoño!
Y si el otoño es la noche del año, no puedo dejar de hablar de la noche de la vida, la oscuridad más severa y profunda, la oscuridad definitiva que no es otra que la muerte. Ansío desenvolver el regalo del ocaso de la vida, encarar la recta final donde la carga experiencial es tan elevada que nada me enfada ni me molesta. La sensación de arribada hacia el destino seguro me reconforta al mismo tiempo que desaparece la necesidad de justificar mis actos. Pero de nuevo es necesario estar en paz con uno mismo para poder saborear esta etapa de la vida con la mayor plenitud y sosiego. Aquí ya no caben las frustraciones ni las metas inalcanzables ni la insatisfacción permanente que nos espolea en busca de no se sabe muy bien qué. El ocaso es el gran momento apreciativo en el que damos valor a todo lo conseguido durante la vida. El ocaso es el delicioso momento de prepararse para el merecido descanso, un descanso que espero sea eterno.

2 comentarios:

Lluís P. dijo...

Joan,

Cuando leo “Ansío desenvolver el regalo del ocaso de la vida, encarar la recta final”, seguido de “La sensación de arribada hacia el destino seguro me reconforta al mismo tiempo que desaparece la necesidad de justificar mis actos”, confieso que me escandalizado. A tu edad, ¿cómo puedes desear la muerte?, ¿cómo puede reconfortarte llegar al final de la vida? He releído el texto buscando dónde estaba mi error, no me cabían en mi cabeza semejantes afirmaciones. Viniendo de una persona con todavía quién sabe si más de media vida por delante, estas frases me han sonado a blasfemia contra el regalo de la vida, te he adjudicado una enajenación mental transitoria.
Sin embargo, lo bueno de leer algo interesante es que te obliga a reflexionar, y más si quieres comentarlo luego. Y entonces se me ha aparecido la única palabra que mejor define tu actividad como persona pensante: la curiosidad. Una curiosidad infinita que no conoce elemento que la perturbe en su afán de saber, de preguntar, de descubrir. En este sentido, el de una curiosidad rayando lo malsano, tus afirmaciones cobran ante mí otro sentido completamente distinto. Me doy cuenta entonces que tu ansiedad por dejar este mundo no obedece a un sentimiento autodestructivo, para nada. Yo lo atribuyo a tus ganas de aprender, de sentir, de experimentar, de saber qué narices hay más allá de nuestra existencia. Pero es que además, encaras esta etapa final con entereza y paz interior, lo que te convierte en un ejemplo a seguir. Todos deberíamos vivir con la madurez necesaria para afrontar el final con dignidad y dispuestos a pasar cuentas. Como muy bien dices, “El ocaso es el gran momento apreciativo en el que damos valor a todo lo conseguido durante la vida.” Qué gran verdad y ojalá supiéramos (y pudiéramos) llegar a este examen de conciencia con la sensación reconfortante de que nos hablas.
Sólo me queda una duda. ¿No será que te encuentras pasando por una crisis personal que te está provocando cierto desasosiego anímico? ¿No tendrás ganas de ver el final del recorrido vital para romper con tu situación de confort actual porque necesitas algo que reordene tu vida? Con tantas afirmaciones tremendas como las que he destacado, ¿no estarás reclamando un cambio urgente, una revolución interior que sacie tu curiosidad en crisis? No te preocupes, soy muy malo como psicólogo, seguro que si me respondes a este peñazo de comentario mío, recuperaré algo de la tranquilidad que tu excelente texto me ha robado.
Un abrazo,

Lluís

Juan Francisco Caturla Javaloyes dijo...

Querido Lluís,
te escribo un poco preocupado por si he causado cierto azoramiento en ti al leer mi entrada y quiero tranquilizarte porque todavía no quiero morirme.
Se ha tratado más bien de loar esa fase de la vida que podríamos identificar con la madurez y en la que nos dedicamos a recoger los frutos de lo sembrado durante toda una vida. He querido hacer el símil con el otoño de la vida, cuando ya las efervescencias primaverales y los sofocos estivales dan pie a una visión más meditada y serena de la vida pero también muy feliz. Con 47 años me da la impresión de que ya voy llegando a esta etapa, quizá todavía faltan unos cuantos años más, pero ya empiezo a sentir que se acerca y que empiezo a encarar la cuesta abajo de la montaña.
Ahora bien, tienes toda la razón en que el proceso de crecimiento vital no termina o no debe terminar hasta el mismo día en que nos morimos. Siempre tenemos nuevas oportunidades de aprender, de crecer y de mantener una mente inquieta y curiosa que quiere explorar nuevos horizontes. Podríamos dejarlo en una balanza entre lo nuevo y lo ya interiorizado, una balanza que con el tiempo se va decantando más hacia del lado de la experiencia y menos hacia lo nuevo.
Te doy las gracias porque con tus comentarios siempre me haces reflexionar un poco más y así le saco más jugo a mis entradas.
Un abrazo
Juan F.